RIGOR MORTIS
Que vamos de susto en susto, es algo que resulta innegable. Es como si este Gobierno, so pena de denominarse realista, se empeñara en sembrar por doquier el desaliento, manteniéndonos con el agua al cuello y la amenaza de que lo que nos viene encima es aún peor. Una forma como otra de curarse en salud. Zapatero recurría a los “brotes verdes”; Rajoy al “rigor mortis”.
Ahora, recién aprobada la durísima reforma laboral que tantas lágrimas va a hacer derramar, se nos anuncia, como un tsunami, los presupuestos del Estado para después de consumadas las elecciones andaluzas y asturianas. Lo poco que sabemos sobre ellos es que van a ser “de alivio”, con una reducción del 40% de la inversión pública; una absoluta barbaridad, que va a dejar reducida nuestra economía a niveles anteriores a 2000.
Como un cocodrilo que la engulle poquito a poco, la clase media, sin agujeros ya en el cinturón para seguir apretándoselo y con la lengua fuera, se pregunta hasta cuándo y hasta dónde. Hasta hace algún tiempo, esta sufrida clase media aún albergaba la esperanza de que los gravámenes se repartieran, de que las cargas se distribuyeran entre los más afortunados del espectro social. Pero ahora, quien más quien menos piensa aquello del lasciate ogni esperanza.
Sí. Las noticias que nos llegan sobre el temido 31 de marzo no pueden ser más negras. El estado de terror es algo perfectamente orquestado desde las altas estructuras del poder: hay que estar preparados para lo peor. La bomba está ahí en espera de la consecución del poder absoluto en Andalucía y en Asturias, y, mientras tanto, aquí y allá, el superministro De Guindos se pone la venda antes que la herida acusando, una vez más, de irresponsabilidad al Gobierno Zapatero, ¿hasta cuándo?
¿Se puede vivir así? Sí, claro, poniéndose tapones en los oídos, renunciando a leer la prensa, a escuchar la radio y a ver la televisión; buscando la ataraxia, y, por supuesto, vendándose los ojos para no ver cómo los que vuelan por encima de las nubes, lejos de las bombas de los antiaéreos, se frotan las manos preparando despidos en masa, adquiriendo bienes inmuebles y objetos suntuarios a precios de saldo, ejercitando la economía sumergida y explotando a manos llenas.
¿Y qué decir del silencio de instituciones como la Iglesia ante este desastre colectivo, ante este temor extendido, ante esta política de siniestras perspectivas donde lo peor está por llegar? ¿Qué fue aquello del consuelo a los afligidos? Antes había que aguantar hasta 2010, luego hasta 2011, ahora hasta 2013. El mundo –nuestro mundo, o sea, España– se deshace ante nuestros ojos, y Montoro y De Guindos nos aconsejan que aprovechemos porque lo que nos viene a finales de marzo, los tan temidos presupuestos del Estado, será aún peor.
¿Para cuándo el impuesto a las grandes fortunas, a los grandes propietarios, a los que se llevan las empresas a China para explotar más a gusto y luego figuran entre los ricos riquísimos, a los que han hecho de la economía sumergida un modo natural de vida? Se habla de nada menos que de 80.000 millones de euros defraudados el pasado año, de los que únicamente se ha logrado recuperar una décima parte. ¿Habrá ya un plan eficiente para combatir esta sangría, sin la cual se podría poner fin a esta política de ajustes y tijeretazos que está poniendo por momentos en peligro el estado de bienestar por el que tanto luchamos? Demos tiempo al tiempo, pero no más del preciso, porque el “rigor mortis” se adueña de nosotros.
Juan Bravo Castillo, domingo, 11 de marzo de 2012
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