DE CAPA CAÍDA
Ahora, más que nunca, se hace imprescindible la imperiosa
necesidad de elevar la moral del pueblo.
La moral de un pueblo es asunto
fundamental. Nunca como hasta hace un par de años había vivido España una época
de vacas gordas semejante. Nos habían acostumbrado a que todo el monte fuera
orégano. Nos hicieron creer que aquel maná eran fondos estructurales; la ayuda
que Europa nos debía tras su cobarde abandono en manos de Franco. De la noche a
la mañana nos creímos ricos. Nos olvidamos de la forma titánica en que nuestros
padres y abuelos habían levantado el país. Ése fue nuestro mayor error.
Pensábamos que sólo una guerra o un
gran desastre podrían dar al traste de aquel esplendor. Pero no nos dimos
cuenta de que teníamos la carcoma dentro, que nos iba minando, la avidez, la
codicia, la falta de escrúpulos de individuos que se habían metido en política
para literalmente forrarse; gentes que, sin preparación alguna, se vieron ante
ingentes cantidades de euros para gestionar, más de lo que habían visto en su
vida, y eso nos perdió.
El espectáculo al que estamos
asistiendo es, reconozcámoslo, como una pesadilla de magnas dimensiones: la
corrupción, como la peste, afectando, como el cáncer, afectando a sectores
honorables: presidentes de Comunidades Autónomas, consejeros, alcaldes,
ministros e incluso a un miembro de la Casa Real.
El espectáculo de Matas y Camps en
el banquillo con caras de póker es una auténtica lacra para nuestro país. Las
escenas que presenciamos a diario en la televisión nos abochornan. Los
reportajes que vemos sobre Undargarín nos dejan estupefactos. Personajes como
el director general de empleo de la Junta
de Andalucía gastándose en cocaína y en francachelas el dinero público.
Corrupción por doquier.
Todo esto ha resquebrajado la moral
del pueblo hasta extremos inauditos. Y es que, si los que tenemos la fortuna de
contar con un empleo lo estamos, ¿qué pensarán los que ven pasar los días de
claro en claro sin encontrar un trabajo, y, yendo incluso un poco más lejos,
qué pensarán muchos de los que han ido a parar con sus huesos en la cárcel por
un error en sus vidas? Porque, no nos engañemos, meter en la prisión a uno de
estos delincuentes de guante blanco que pululan por los juzgados es ardua
tarea: los juicios se multiplican, las diligencias nunca acaban, y mientras
tanto, ellos y ellas, los Julianes Muñoz de turno, siguen en libertad riéndose
de la Justicia. ¿Se imaginan ustedes lo que va a costar llevar a Matas o al
yernísimo al trullo? Yo, sinceramente, no los veo, y no los veo pese a que,
desde la Casa Real se ha dado orden taxativa, por la cuenta que le trae, de que
nada de privilegios.
Ahora, más que nunca, se hace
imprescindible la imperiosa necesidad de elevar la moral del pueblo –y cuando
digo pueblo, me refiere a ese que ora y labora sin vivir del cuento y de las
rentas– que está pagando, y de qué forma, las culpas y los delitos de sus incapaces
gobernantes, de la chusma aprovechada y de los tipos sin alma, esos a los que
aludía don Antonio Machado cuando decía “mala gente que camina y va apestando
la tierra”.
Y es
que, por aquí, el alma cada vez aparece más encubierta y la ceguera cada
vez más a flor de piel. Que se lo digan, si
no, a esos miembros del Partido Popular y de Convergencia y Unió que el
otro día se felicitaban alegremente en el Parlamento tras aprobar el más
terrible ajuste que se recuerde en España en tiempos de paz. ¡Qué diferencia
con esa ministra de Trabajo del Gobierno Monti, que, hace poco más de un mes,
rompió a llorar al anunciar parecidas medidas contra el pueblo italiano! Pero,
aviso al caminante popular: no ejerzan de puntilleros, es penosísimo y tiene
sus consecuencias.
Juan
Bravo Castillo. Domingo, 15 de enero de 2012
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