Y AHORA A POR LA CAJA ÚNICA
Hubo un tiempo, hacia el final de los Austrias, que corrían por Europa láminas y grabados que representaban a España como una exuberante cerda con innumerables cerditos aferrados a sus pezones, extrayendo cada cual por su lado la sustancia nutritiva de la madre sin ningún tipo de miramientos. Los cerditos tenían sus correspondientes rótulos: Inglaterra, Francia, Países Bajos, Imperio Germánico, etc., etc. Era el final de una época gloriosa que llevaba en su seno su propia destrucción, pues si por algo se caracterizó nuestra historia fue por la incapacidad de los españoles para preservar lo conquistado.
Justo en esa época empieza el desmembramiento de España, con la separación definitiva de Portugal y el primer estallido catalán. De entonces acá, en especial tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, la historia se repite. Los pactos de la Moncloa, el Estatuto de Gernika, por más que en un principio parecieran un éxito del Gobierno de Suárez, en el fondo contenían ya un lastre de perdición. Y es que, excepción hecha del propio Suárez y de Carrillo, los demás nunca jugaron limpio y quien más quien menos se guardó un as en la manga, porque lo que en realidad pretendían era romper la unidad de España, aunque hubiera que pasar por el estadio intermedio del Federalismo promulgado por Pi i Margall.
El golpe bajo que está a punto de asestar al Estado el Gobierno vasco, aprovechando la inquietante coyuntura político y social a la que se enfrenta Pedro Sánchez, por mucho que se intente minorizar, es otra puñalada trapera a la florentina, y que demuestra que la honestidad y la lealtad en este país hay que pagarlas. Está claro que los vascos aprendieron la lección del fracaso del Plan Ibarretxe. De entonces acá, Euskadi vuela hacia la independencia de facto, merced a la capacidad y al maquiavelismo jesuítico de los peneuvistas que practican con una perfección inaudita la táctica de a Dios rogando y con el mazo dando. Son los buenos de la película, que aprovechan la ocasión para avanzar en su gobierno autonómico, de tal modo que Euskadi es ya, reconozcámoslo, una pequeña Dinamarca o una pequeña Suecia con un nivel de vida que para sí lo quisieran los cántabros y, no digamos, los aragoneses y leoneses. Dos millones de privilegiados en España gracias al perenne chantaje y a sus polémicos fueros.
Ahora, aprovechando el reto catalán y le debilidad y bisoñez del gobierno de España, Aitor Esteban, Urkullu y ese viejo zorro de Erkoreka, abren las compuertas a ese viejo sueño de apropiarse de la gestión de la Seguridad Social, con el terrible riesgo de romper la caja única que, como saben, es, junto a nuestra endeble monarquía, la única garantía de unión entre los pueblos y las regiones de España. Y aquí tenemos ya a la incauta ministra de Política Territorial, la señora Carolina Darias, dándose el abrazo del oso con el consejero de Gobernanza Pública vasca, el citado Erkoreka. Naturalmente, la cesión de la Seguridad Social no conllevaría de momento el arduo tema de las pensiones: no, lo malo para ti; lo bueno para mí.
Convendría recordarle al “dialogante” Pedro Sánchez que aunque es de cristianos eso de dejar el rebaño abandonado y partir en busca de la oveja perdida, se corre el peligro de ver qué ocurre cuando vuelves con la pobre ovejita. El conflicto catalán no ha hecho más que abrir la caja de Pandora de España: el abandono secular de algunas regiones, mudas y silenciosas, el desastre del agro español, las tremendas desigualdades derivadas de lo mal que se gestionó la crisis, han tenido como resultado el estallido y el basta ya de miles de trabajadores del campo, de momento, indignados de ver cómo el Estado tolera que trabajen para unos cuantos aprovechados, en un sistema podrido de raíz y desalentador. Y, mientras tanto, los vascos, a lo suyo…
Juan Bravo Castillo. Domingo, 23 de febrero de 2020
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