LA HORA DE LA SINRAZÓN
El encanallamiento de la política española alcanza a veces, como ha ocurrido esta semana, cotas inverosímiles que rozan lo absurdo. Es posible que, como se ha dicho, para Pedro Sánchez un día más en la Moncloa sea un éxito, para él y para el Socialismo español, pero, como ciudadanos honestos que somos, necesariamente hemos de creer que, para un presidente que se precie, la buena voluntad ha de imperar por encima de todo, así como el bien de España. Por consiguiente, en modo alguno cabe pensar que este hombre, acostumbrado ya, como decía Cela, a resistir, esté dispuesto a vender España al Independentismo catalán por unos presupuestos.
Otra cosa son los errores, las faltas de previsión e incluso de valentía. Intentar abrirse paso en una roca de basalto con un tenedor o incluso una navaja puede llevar años, o incluso ser matemáticamente imposible de realizar. Lo mismo ocurre cuando se trata de hacer tratos con un fanático o con un trilero. Y eso es precisamente lo que pretende Sánchez. El problema es que a los dos contendientes se les ve demasiado el colmillo y así no hay manera. Sánchez es un optimista contumaz, como lo era Zapatero; un hombre que cree en su estrella, pero no se da cuenta de que le ocurre lo mismo que le aconteció a aquel náufrago que, en plena noche, se salvó agarrado a un madero en compañía de otro individuo, al que continuamente le hablaba sin poder obtener de él más que gruñidos y susurros, hasta que al alba advirtió que el compañero del que intentaba sacar unas palabras no era un hombre, sino un mono.
Sánchez cree que el viento de la Historia sopla a su favor, y no se da cuenta de la velocidad con que transcurren últimamente los acontecimientos en España: el que vuelve la cabeza se convierte en estatua de sal. Hacer encaje de bolillos requiere mucha experiencia y él carece de ella, sólo tiene voluntad y eso no es nada cuando uno vive rodeado de fieras. En España, actualmente, quien más quien menos se considera el más macho de todos, y nadie está dispuesto a dar su brazo a torcer y menos a dialogar. Aquí se miente con alevosía, como hace este Pablo Casado, entrado en política como elefante en cacharrería, y a quien no le han dolido prendas afirmar esta misma semana que lo que está pasando ahora en España –referido al asunto del dichoso “relator” o a las “conversaciones” de Sánchez con Torras– es lo más grave desde el golpe de Estado del 23-F. Y, con las mismas, convoca, con sus dos “compañeros de extravío” una manifestación en Madrid, a lo bestia, o sea, a lo franquista, con autobús gratis y, si me apuran, hasta con bocadillo. Este hombre que, más que hablar, insulta sin ton ni son; este hombre que sí que está dispuesto a recobrar la Moncloa a costa de lo que sea, me parece bastante más peligroso para la democracia española que el propio Abascal, que, junto a él, parece una hermana de la caridad.
Eso deberían haberlo visto ya los del “derecho de autodeterminación o nada”; porque, de salir vencedor este cachorro de Aznar en las próximas elecciones generales, el 155 se impondrá de fijo, y eso no será más que el principio de una involución generalizada, porque este caballero castellano es un añorante del pasado como Rousseau y no sabemos hasta dónde está dispuesto a llegar para volver a su Arcadia feliz, a no ser que estemos ante una simple pose oportunista.
¡Pobre España!, que diría Machado. ¿Es posible que la nueva generación de dirigentes se haya olvidado ya tan pronto de adónde lleva aquello del “palo y mano dura”? Y lo peor es que, al final, los platos rotos seremos nosotros quienes tengamos que recomponerlos a plazo fijo. La hora de la sinrazón de nuevo parece imponerse en España. ¡Qué pronto nos hemos cansado (que no “casado”) de ser un ejemplo de cohesión y progreso en el mundo!
Juan Bravo Castillo. Domingo, 10 de febrero de 2019
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