EL FINAL DE LA MATRACA
Hoy, dentro de unas cuantas horas, se conocerán los resultados de las elecciones autonómicas andaluzas, que nadie, excepto los expertos en “cocina política”, saben por qué no se celebran con las demás, ahorrándonos esta eterna matraca que tanto hastío produce en las gentes de bien, aunque, al final, gracias a los medios de comunicación y a los generadores de ilusión, los organizadores de la cosa terminen llevando al ciudadano a las urnas con la vana esperanza del que se acerca a doña Manolita con la ilusión de que le toque la lotería.
Hace tiempo que se detecta en el pueblo, incluso en el andaluz, un gran hastío ante los que se empeñan en venderle la idea de que pretenden cambiar el mundo, que no la vida, cuando a lo único que aspira la mayoría de sus futuros gobernantes es a seguir viviendo de la renta, a servirse, que no a servir, hasta terminar haciendo de la política una forma de vida más próxima al profesional que al idealista; buen ejemplo de ello lo tenemos en la candidata socialista, doña Susana Díaz, que, como Chaves o Griñán, hasta que cayeron en desgracia, no sabe lo que es bajar del coche oficial desde sus años mozos.
El lenguaje de las elecciones es tan vacuo, tan imbécil, tan plagado de tópicos, que se necesita una destreza propia del trilero para no romper a reír en los mítines. Dicen que dos augures no podían encontrarse frente a frente en aquellas calles estrechas de Roma sin echarse a reír, por la sencilla razón de que ambos sabían de su capacidad para mentir. Lo mismo les ocurre a éstos. Juan Marín, candidato de Ciudadanos, por ejemplo, un poco crecidito él, anuncia, como si de una partida de mus se tratara o de un partido de balonmano: “Vamos a dar una paliza al conformismo y al victimismo del PP y del PSOE. Somos el equipo revelación”. Y se queda tan fresco el tío. Juanma Moreno, candidato del PP, que lleva ya unas cuantas encima, promete, como hacía Suárez, un Plan Primera Vivienda para jóvenes andaluces menores de 35 años, y luego se opone a que el salario base suba a los 900 euros. Díaz, Susana, alerta que el PP blanquea a la extrema derecha de Vox, que aspira, y hasta es posible que lo consiga, a sentar sus reales en el parlamento sevillano. Es normal que ante tanto idiota se acabe instalando la extrema derecha. Y es que el ciudadano, incluso, insisto, el andaluz, está hasta las narices de seguir en el furgón de cola de Europa, cuando Andalucía –el viejo Al-Andalus– fue y debería seguir siendo la región más rica de España, de no haber sido por la desdichada política de los Reyes Católicos y de los Austrias, convirtiendo el paraíso en un perenne latifundio.
Desengáñense. Los milagros son cosa de la época del diluvio. Dentro de unos meses, cuando se hagan realidad las coaliciones imprescindibles para que doña Susana siga mandando en Andalucía, y aspirando a más, todos nos olvidaremos de las promesas –flor de un día–, de los discursos encendidos de “Adelante Andalucía”, de las viviendas del señor Moreno, y Andalucía seguirá soñando con la revolución pendiente, con una clase política que suspende por incapaz, y con seis millones y medio de andaluces que, concluido el sueño autonómico, seguirán escuchando “La vida sigue igual” de Julio Iglesias, del mismo modo que los vascos y vascas, insaciables, seguirán cantando su eterno estribillo de “todos queremos más, y más y más y mucho más”. Y, en Madrid, Sánchez y sus acólitos se prepararán para la gran batalla en función de los resultados obtenidos en Andalucía. Y, una vez más, nos veremos obligados a soportar la matraca de otras elecciones municipales, autonómicas y generales para seguir dando vidilla a los cien mil hijos de Santiago, que constituyen el más pesado lastre gubernamental de Europa. Que Dios nos pille confesados.
Juan Bravo Castillo. Domingo, 2 de diciembre de 2018
Comentarios
Publicar un comentario