URDANGARÍN NO PIERDE LA ESPERANZA
Urdangarín es uno de esos hombres a quien no le importaría que el mundo se hundiera a su alrededor con tal de que él se salvara. Urdangarín, por lo demás, es uno de esos hombres que todo lo fían al olvido de los demás; por eso hizo lo que Puigdemont, poner tierra de por medio, y esperar, en el dulce exilio, por no sé quién sufragado, la llegada de la amnistía. No está mal eso de irse a la dulce Europa donde nadie te conoce y no tener que sufrir la tortura que le habría esperado en cualquier ciudad de España. Ahora bien, lo más asombroso de Urdangarín, es que él, como su esposa la infanta Cristina, se cree inocente, de una inocencia virginal propia de los que un día la fortuna los sitúa por encima del bien y del mal. Vamos, que no tiene ni la mínima conciencia de ser un delincuente, hasta el punto de hacernos pensar que conductas como la suya eran habituales en su entorno, donde todo se da por añadidura, y donde quien más quien menos vive esperando que l