LA DERIVA DE IGLESIAS
Que Pablo Manuel Iglesias se ha
convertido a estas alturas en un cefalópodo dispuesto a fagocitar cuanto le
sale al paso con tal de lograr sus fines es un hecho, como lo fuera en el caso
de su maestro el venezolano Hugo Chávez. Y para los que todavía prefieren tomárselo a chirigota, yo les aconsejo que se
fijen en su sonrisa, que a menudo produce escalofríos.
Pablo Manuel Iglesias es un
auténtico nudo de contradicciones, un perfecto ejemplo de lo que ha de ser un
lobo con piel de cordero. Se dice, por ejemplo, humilde, cuando no se ha visto
altivez semejante desde los tiempos de Alejandro Lerroux.
Sabe, o alguien se lo hizo ver, que
se equivocó gravemente, con Felipe González, o disponiendo a su antojo de los
sillones ministeriales del Gobierno que pretendía montar con Pedro Sánchez, o
incluso postergando a su compañero Íñigo Errejón. Ahora hace gala de
arrepentimiento, pero quien más quien menos sabe que todo lo fía a su gran
jugada fagocitadora con Alberto Garzón –primer político en la lista de
popularidad–, hasta que esta máquina devoradora lo deje reducido al número
siete por Madrid. Por fortuna, un político de la talla de Llamazares se ha dado
cuenta de la trampa saducea, aunque mucho nos tememos que sea demasiado tarde.
De cualquier modo, las cuentas de Pablo Manuel por llevar a cabo el tan
comentado sorpasso, tiene mucho de
cuento de la lechera, dado que más de la mitad de los votantes de I.U. no
tragará el anzuelo, quedándose el día de las elecciones en casa o cosa
parecida.
Y es que lo de Pablo Manuel tiene
mucho de infernal, empezando por su dialéctica bulímica: para él, por ejemplo,
el que no se pliega a sus maniobras, demasiado ostensibles por cierto, es, como
ocurre con Llamazares, un político del pasado, un tipo obsoleto. El progresismo
es él, como el Estado era Luis XIV, y debemos reconocer que hay que
retrotraerse mucho en la triste historia de España para encontrar un “político”
tan pagado de sí mismo, tan narcisista, tan ególatra y tan “peligroso”. Su
populismo traspasa todos los límites, pero la realidad es que tanto él como
Rajoy juegan con las cartas marcadas; el segundo, con el convencimiento de que,
haga lo que haga, tiene uno de cada cuatro votos a su favor; Iglesias, con la
certidumbre de que los millones de menesterosos y excluidos del sistema a
quienes ha prometido el oro y el moro diciéndoles lo que querían oír pueden
auparlo al poder, lo cual supondría, como en Grecia, sufrimiento y sacrificios
superlativos para esa clase media que se deshace por momentos, como muy bien lo
muestran los últimos datos. Porque el dinero de los ricos, hace tiempo que
voló.
Pablo Manuel, seguro ya de asestar
el golpe definitivo al PSOE, se muestra “generoso y magnánimo”, prometiendo a
Pedro Sánchez la vicepresidencia de un Gobierno que él mismo se encargaría de
presidir, claro está, y es que ahora ya no le duelen prendas en hacer suyas las
palabras tan machaconamente repetidas por Rajoy cuando insistía que le
correspondía gobernar a él por ser el PP el partido más votado. Ahora, Pablo
Manuel, sin pizca de pudor y creyéndose vencedor “progresista”, afirma que “lo
lógico es que el partido con más peso electoral ponga al candidato para la
Presidencia, aunque luego en el Gabinete pueda haber gente de otros partidos”.
Nueva contradicción en su corta pero intensa trayectoria, y que muestra, una
vez más, su obsesión por tomar el poder. Pobre España como no se imponga la
sensatez.
Lunes, 9 de mayo de
2016. Juan Bravo Castillo.
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