NERVIOS EN EL PP
Tras las elecciones andaluzas de
nuevo las alarmas se han disparado en la calle Génova. Cualquier resultado por
debajo de los 25 diputados podría ser una catástrofe. El experimento de Juan
Manuel Moreno, como era previsible, funcionó muy por debajo de sus
posibilidades. Pero he aquí que una vez más Rajoy, perfecto encajador, asimiló
la derrota viendo la parte positiva del asunto, o sea, aquello de “días malos,
vísperas de buenos”.
Ahora bien, a los barones
territoriales del PP les pone de los nervios el cuajo de Rajoy, su cachaza ante
las inminencias, su cara de póker que hasta a ellos mismos desconcierta a
veces, su modo de confiarlo todo a una buena estrella de la que él sabe muy
bien que carece.
Impera la sensación de que “alea
iacta est”; de que se ha perdido un tiempo precioso obedeciendo los dictámenes
de Angela Merkel, y de que, en su momento, hubo que hacer cambios precisos del
estilo de la elección de Alfonso Alonso, cambio que, por cierto, se hizo por pura
necesidad ante la caída de Ana Mato.
Consciente de los errores cometidos,
el PP por fin inició una serie de rectificaciones –Ley del aborto, tasas
judiciales, tema de los pinchazos telefónicos, etc. –, y, en esta misma línea,
el citado ministro Alonso, político de raza, anunciaba ayer mismo la intención
del Gobierno de devolver a los inmigrantes indocumentados el derecho a la
atención médica, lo que denota que Rajoy ha dejado de confiar en su discurso
machacón sobre la recuperación económica para conseguir votos, y, aconsejado
sin duda, aspira a acometer el giro social.
El problema es saber si ya es tiempo
para esos gestos descaradamente electoralistas, dirigidos, por lo demás, a
sectores de la población definitivamente quemados tras años de penurias y
buenas palabras. Se ha esperado, en efecto, demasiado para empezar a
“distribuir” lo que en justicia correspondía a los verdaderos paganos de la
crisis, esos mismos que durante meses han protestado en vano, se han lanzado a
la calle en vano, experimentando en sus carnes la falta de sensibilidad de sus
gobernantes, ocupados, casi en exclusiva, en sus problemas personales, y en
favorecer a sus garantes, o sea, a los grandes banqueros, empresarios, altos
potentados y casta política.
Dicen que es de sabios rectificar,
pero uno, en su modestia, se pregunta de qué puede servirle a los poderosos de
turno vivir rodeados de consejeros áulicos y de arribistas en general, generosamente
remunerados. Ha bastado un primer zapatazo electoral, previsible, por lo demás,
como decíamos, dada la bisoñez del candidato, para que los rencores acumulados
en el seno del PP se desataran.
Rajoy, ejerciendo de bombero ahora
que ve asomar el rabo del diablo bajo su sillón, admite que “hay que corregir
algunas políticas”, pero los nervios, como decimos, andan ya a flor de piel.
Buena prueba de ello la tenemos en el peligroso lapsus en que el pasado martes
incurrió el televisivo Agustín Conde, portavoz adjunto del Congreso, quien, en
un acto de fe toledana, no dudó en avisar que si Rajoy quería seguir siendo
presidente del Gobierno, “más le valía” que Cospedal siguiera en su sitio.
¿Gesto de adhesión? ¿Gesto de buena voluntad? ¿Aviso a navegantes? A veces, las
palabras valen más por lo que dejan entrever, que por lo que dicen stricto sensu. ¿Hasta dónde subirá la
dialéctica?
Juan Bravo
Castillo. Lunes, 6 de abril de 2015
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