LA TRAGEDIA DE LOS ALPES
Nadie excepto el estrecho círculo de sus colegas, amigos, novia y familia lo conocía. Se trataba de un chico alemán de veintisiete años, Andreas Lubitz, que, a base de esfuerzo y tesón, había logrado hacer realidad su viejo sueño de ser piloto de una gran compañía aérea, la Lufthansa. Y he aquí que, de repente, su nombre saltaba a la fama el 26 de marzo, un salto la mar de desdichado, un salto que ha estremecido al mundo, demasiado acostumbrado, por lo demás, a sobresaltos y tragedias casi diarias. Pero es evidente que aquí, como en otros aspectos de la vida, todo parece conjurarse para llevarnos más allá de lo puramente imaginable. Desde el desastre de las Torres Gemelas, el ansia febril, y lógica, de establecer medidas de seguridad se convirtió en una constante a menudo obsesiva, hasta ese punto la amenaza terrorista está ahí, latente, en cualquier lugar y a cualquier hora. Mas ¿quién podía prever que la amenaza sur