REFLEXIONES SOBRE UN FIASCO ANUNCIADO
Resulta
harto curioso que una persona nada sospechosa de hallarse contaminada de
ideología como José María Benito, del Sindicato Unificado de Policía, diga
textualmente acerca del fallo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, “Tengo la
impresión de que esta sentencia forma
parte de un escenario pactado. En 2012, el Gobierno no hizo nada”.
Hay
cosas que atufan por más que nos las presenten envueltas en papel de celofán y
atadas con un lacito rosa. Eso lo saben, o al menos lo intuyen, las víctimas
del terrorismo y las gentes de bien, esos que tenemos claro la farsa que
constituye el tema de la inserción o del falso arrepentimiento con los asesinos
convictos y confesos, como son los fanáticos etarras acostumbrados a ponerse
medallas por cada víctima ejecutada.
No
hace falta ser un lince para trazar las grandes líneas del escenario que en su
día el Gobierno de Zapatero trazó para apuntarse lo que, cual rotunda victoria,
se dio por denominar el final de ETA y el triunfo de la Democracia , frase esta
última a la que estos días se vuelve reiteradamente, cuando lo que le
ciudadanía de verdad siente es que, por enésima vez, los terroristas vascos –y
de paso los violadores y asesinos comunes– le han ganado la batalla al Estado,
como lo hicieran Bildu y Sortu adueñándose políticamente del País Vasco, y como
quedará claramente demostrado cuando dentro de un par de años veamos a los
asesinos Inés del Río, alias la “pequeña”, Santi Potros, Makario y toda su
ralea encaramados a puestos de “responsabilidad” del Gobierno Vasco, o como
concejales, e incluso como alcaldes, porque de algún sitio tendrán que seguir
chupando esta banda de malhechores.
Mucho
nos tememos que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con Luis López Guerra
–miembro de dicho Tribunal desde febrero de 2008 por expreso deseo de José Luis
Rodríguez Zapatero con el designio claro de “tumbarse” la doctrina Parot– de
por medio, haya rendido al Estado español el favor trascendental de librarlo de
la “patata caliente” que como horca
caudina pesaba sobre él, luego de que éste se comprometiera a dar salida a los
presos, a cambio de que ETA cesara en sus actividades delictivas, o sea, dejara
de matar y extorsionar, sin, por supuesto, entregar las armas ni mostrar un
mínimo de arrepentimiento. Antes bien, haciendo héroes a sangrientos asesinos.
Era
la deuda pendiente, la salida del túnel frente a los más del setenta por ciento
de la ciudadanía que exigían la cadena perpetua revisable. Nada extraño el
alborozo del la izquierda abertzale
–tan dada ella al champán francés– y el clamor de Sortu y Bildu exigiendo,
cínicamente, al Estado la excarcelación inmediata de los reos terroristas y, de
paso, la amnistía del resto de la expedición. ¡Qué vergüenza, por no decir qué
claudicación, del Estado español con sus centenares de abogados del Estado y
juristas “eminentes”, dejándose burlar por esta banda de asesinos!
Se
entiende, por el dolor agudo de las víctimas, el asco que sentimos los
ciudadanos de bien ante la derrota que supone el fallo emitido por el Tribunal,
nada menos que de Derechos Humanos, de Estrasburgo. Y uno se pregunta, ¿acaso
Gran Bretaña, Alemania, Francia o Italia se habrían apresurado a secundar, como
nosotros lo hemos hecho, el dictamen injusto de este Tribunal, o habrían ido
dándoles largas? Muy posiblemente lo segundo. Pero es precisamente las prisas
con que el tribunal responsable ha puesto en la calle a la sanguinaria Del Río,
lo que nos hace confirmarnos aún más en la teoría del “escenario pactado”, que
demostraría hasta qué punto el Estado se burla de la ciudadanía, considerándola
menor de edad e inmadura.
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