OTRO QUE NOS SALE “RANA”


            La actitud puesta de manifiesto por el jefe de la patronal CEOE Juan Rosell, siguiendo, e incluso ahondando, las sugerencias expuestas hace unas semanas por Christine Lagarde y Olli Rehn, no hace presagiar nada bueno de cara al otoño ya próximo.
            La táctica de la patronal está clara: apretar y apretar las tuercas de los que todavía mantienen un puesto de trabajo, con argumentos sibilinos e hipócritas que hace unos cuantos años no se habría atrevido a poner sobre la mesa por miedo a verse fulminada; y que ahora, sin embargo, aprovechando el hundimiento moral de la clase obrera y la afasia sindical, expone con todo cinismo, incluso sabiendo como sabe que a nadie da el “pego”. Hasta el más lelo tiene conciencia de que Rosell, junto con la gran mayoría a la que representa, lo que más le preocupa no es precisamente reanimar la economía y sacar al país de la zozobra, sino aprovechar la situación lastimosa que estamos viviendo para, con el permiso y la connivencia del Gobierno de Rajoy, lograr su viejo sueño, es decir, dejar al trabajador sin derechos y reducido a una situación más parecida a la que tenía en el siglo XIX que otra cosa.
            Todo vale tras el último atentado que supuso, para los trabajadores, que somos la inmensa mayoría, la reforma laboral de Rajoy; reforma que lo único que ha conseguido es facilitar ERE, despidos y rebajas salariales sin ninguna contrapartida en creación de empleo estable. Ahora ya, con el toro convertido en dócil ternerillo, la triada capitolina se apresta ya no sólo a practicar un nuevo recorte del 10% de los salarios –salarios africanos, por lo demás– con el pretexto de crear puestos de trabajo, sino también a eliminar algunos “privilegios” a los que poseen un contrato indefinido. Está claro que el argumento de Díaz Ferrán, hoy día felizmente en la cárcel por ladrón, de trabajar más y ganar menos, está más extendido de lo que nos creemos. Una fórmula que, por supuesto, no va en modo alguno con los que la exponen, cuyos sueldos oscilan entre los 20.000 a los 30.000 euros. Hagan lo que yo diga, no lo que yo haga: la vieja fórmula del caciquismo español que tan malos recuerdos nos trae.
            Lo que más aterra de estos individuos puestos por los poderes fácticos para sacar la sangre al pueblo, aparte de su innata insolidaridad y avaricia, es su idea fija de hacernos pasar a todos por el aro hasta lograr el ansiado contrato único que les permita poner de patitas en la calle al trabajador cuando y como les venga en gana, sin tener en cuenta que esta descarada jugada antes o después acabará volviéndose contra ellos.
            Que Juan Rosell y los suyos campen por sus respetos en este país donde la clase trabajadora, por el horror desplegado por el Gobierno Rajoy personificado por su ministra del “paro” Fátima Báñez, anda sumida en el más hondo desánimo viendo cómo su porvenir se muestra cada vez más sombrío, es un peligro ingente, máxime cuando, excepción hecha de determinados momentos históricos puntuales, siempre les faltó grandeza de miras y patriotismo.
               Que se propongan cercenar los “privilegios” –dicho sea entre comillas– del único sector de trabajadores que puede hacer mínimamente un plan de futuro, en vez de empezar dando ejemplo ellos mismos reduciéndose sus magros salarios en un 50% como mínimo, clama al cielo, como clama el hecho de que hayan rebajado sus miras hasta esos límites, pues, ¿no sería mejor, en vez de pensar en suprimir los derechos de los trabajadores fijos, luchar por incrementar los de los temporales?


                                   Juan Bravo Castillo. Domingo, 25 de agosto de 2013 

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