EL CANTO DEL CISNE DE RUBALCABA

            


             Quien haya visto la actuación de Alfredo Pérez Rubalcaba en el recién concluido Debate del Estado de la Nación, habrá tenido sin duda ocasión de constatar que estamos ante un hombre que ha tocado suelo tras años y años en la vorágine de la política española. El error que supuso para el PSOE su elección para sustituir a Zapatero, no hizo más que acrecentarse con su clamorosa derrota electoral ante el candidato de la derecha Mariano Rajoy, cuyas promesas se llevó el viento. Su figura, desde entonces, pésimamente arropada por personajes como Elena Valenciano y Oscar López, políticos de muy escaso trapío, no ha hecho más que empequeñecerse ante un Rajoy que, pese a sus mentiras, embrollos y escasísima consideración pública, le ha ido comiendo el terreno hasta llegar a este debate en que casi lo humilla  cuando, inmisericorde, le espeta que ni siquiera se va a molestar en pedir su dimisión como jefe de la oposición, ya que, según él, serán sus propios compañeros quienes lo hagan.
            Duro, muy duro, durísimo, tanto más cuanto que las condiciones para hacer una faena de aliño al menos eran absolutamente propicias, con un Presidente de Gobierno en horas bajísimas, atenazado por todas partes, cuestionado por doquier, rehén, él y su propio partido, de un vulgar chorizo llamado Luis Bárcenas, que tiene escandalizado al país hasta límites insospechados, con seis millones de desempleados, en un chorreo imparable, fruto de una Reforma Laboral suicida para el trabajador, con decenas de promesas electorales sin cumplir y con un país en franco estado de descomposición.
            Y sin embargo, este hombre, que no es ni la sombra de lo que fue, salió al ring acomplejado, atenazado, timorato, con el estigma del perdedor en la frente, como el que tiene mucho que callar. Nada extraño, pues, que Rajoy, apoyado a muerte por su claque, se fuera creciendo y creciendo, hasta acabar alardeando de haber evitado el naufragio de España cuando todos sabemos a costa de qué y de quiénes ha sido; e incluso jactándose de haber reducido el déficit interanual al 7% en 2012, cuando todos sabemos a costa de qué y de quiénes ha sido. Y, rematando su faena con nuevas promesas –más música celestial sin duda– con las Pymes, autónomos y emprendedores nada menos que para el año que viene, ¡cuán largo me lo fiáis, señor Rajoy!
               Y todo ese pavoneo, ante la mirada impávida de Rubalcaba, que sabe que su paso por la política toca a rebato, y que da la triste impresión de que aguanta única y exclusivamente aguardando el milagro, que no va a llegar, o por no tener que volver a tomar la tiza en la Universidad, que sí pudiera ocurrir; ocasionando de este modo un perjuicio brutal a un PSOE que debería estar reconstruyendo su porvenir con un nuevo equipo de políticos competitivos, con ideas nuevas y renovadoras en la línea, al menos, de François Hollande, en vez de seguir este penoso peregrinaje por un desierto de arenas ardientes. 
            Por fortuna para él y para el propio PSOE, Rajoy en ningún momento atendió al reto del “¡Váyase, señor Rajoy!”, pronunciado días antes por el propio líder de la oposición, porque, de convocarse nuevas elecciones ahora, el ridículo del socialismo español adquiriría dimensiones nunca vistas. 
            Y es que, si alguien hoy día se tiene que ir de la política española es el propio Rubalcaba y parte de sus corifeos penenes, que están ahí como podía estar mi primo pepito. No se puede esperar más. La Historia avanza a marchas forzadas y hoy, más que nunca, este país necesita un socialismo fuerte, enérgico, honesto y unido, como única forma de salvar los restos del naufragio de aquel estado de bienestar del que un día nos sentimos orgullosos.
  

                                                Juan Bravo Castillo. Domingo, 24 de febrero de 2013

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