DESPIDO POR LOS SUELOS




            ¿Era algo estrictamente necesario rebajar hasta esos límites el listón del despido como lo hace esta malhadada reforma laboral? ¿Se trataba de complacer al tándem rector Sarkozy/Merkel? ¿No será más bien que los empresarios, que han llevado las cosas hasta extremos inadmisibles, pretenden poner en práctica el viejo refrán de “a río revuelto, ganancia de pescadores?
            Uno, que lleva visto ya mucho, se inclina más bien a pensar lo segundo. La ocasión la pintan calva, y la ocasión estaba ahí. La realidad, en efecto, es que, a  lo largo de tres largos años, se ha ido fraguando la idea de que, con la llegada de las vacas flacas, había que quitarse de encima lastre en cantidad, lastre que estorbaba, sin tener en cuenta que ese lastre que ahora la patronal se quita casi “de balde”, desempeñó un papel trascendental durante el período de vacas gordas, gordas para los patronos, claro, que no para los trabajadores, obreros o jornaleros.
            Es evidente que, independientemente de la huelga, la batalla la han ganado los patronos. En tres años, se han cargado literalmente la práctica totalidad del andamiaje de derechos que los trabajadores habían acumulado tras décadas de luchas y sacrificios. ¡Quién nos iba a decir que íbamos a añorar el statu quo de la época franquista, época en que, aunque sin derechos políticos, el obrero, al menos, estaba protegido por el tan denostado sindicato vertical!
            Hemos tocado fondo con le excusa del “liberalismo” a la americana, con lo que ese término conlleva de aterrador: liberalismo para morirse de hambre, de necesidad, sin que ni siquiera te atiendan dignamente en un hospital si no tienes recursos con que responder. Hemos perdido la madre de todas las batallas, y lo peor es lo que aún nos queda por perder, porque no nos engañemos, Bruselas es insaciable.




            Ahí estaban los grandes patronos el pasado domingo rodeando al rey, como hace un año estaban rodeando a Zapatero cuando éste, como ahora el monarca, los convocó a la Moncloa para pedirles encarecidamente que arrimaran el hombro. De nuevo don Juan Carlos se lo ha rogado, como un compromiso ético y moral ante la debacle en que nos hallamos inmersos, pero es evidente que con individuos como Botín, González, Alierta, Florentino Pérez, etc., acostumbrados a acumular ganancias, manejar números, buscar rentabilidad, resulta casi imposible hablar de patriotismo, de solidaridad. Haría falta una guerra o una gran catástrofe cada x años para que esta gente, que está hecha de otra madera, reaccionara cristianamente, por más que lo segundo, o sea la gran catástrofe, sí esté por llegar.
            De momento, sin embargo, ellos son los grandes beneficiados. “Ved a qué precio tenemos azúcar barato en Europa”, rezaba el título de un grabado, en la época de la Ilustración, con un esclavo negro mutilado de una mano y un pie. El esclavo está ahí, presto al sacrificio. Porque lo más trágico del asunto es que imaginemos por un momento, sólo por un momento, que la terrible medida adoptada con los trabajadores por el Gobierno no da resultados y ni siquiera así los patronos se deciden a crear puestos de trabajo, como cabe dentro de lo posible. En ese caso, habríamos hecho un pan con unas tortas y las responsabilidades se volverían contra el propio Rajoy. Porque el siguiente paso sería que los trabajadores le salieran gratis, desideratum no imposible. ¿Hay margen para el optimismo más allá de esta despiadada operación quirúrjica? Mucho me temo que ni siquiera los máximos rectores de nuestra desquiciada economía tengan claro hacia dónde vamos.

                                            Juan Bravo Castillo. 1 de abril de 2012  

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