Y EN ESO LLEGÓ ZAPATERO
Ahora que parece que habíamos conseguido que los dos pontífices, Felipe González y José María Aznar, por fin mantuvieran la boca cerrada, he aquí que de repente llega el tercero, José Luis Rodríguez Zapatero, haciendo honor, él también, al viejo dicho de los jarrones chinos, con los que a menudo se compara a los presidentes eméritos, que nadie sabe donde ponerlos. El problema de Zapatero, como más de una vez he dicho, es que, tras permanecer casi tres años en el fondo de su madriguera, como las marmotas, después de su catastrófico final, por fin, viendo que parecía que escampaba, asomó una mañana el hocico y, viendo que no se lo rompían, lo asomó un poco más, y así sucesivamente, hasta que se atrevió a salir a la calle como un ciudadano más. Poco a poco se fue envalentonando, hasta que un día, poniéndose frente al espejo, esbozó su eterna sonrisa de falsete y, viendo que funcionaba, se propuso mediar, en Venezuela, en su comunidad de vecinos, en donde fuera; mediar