EL DEMONIO DE LA VELOCIDAD
Nunca habíamos ido tan rápido a ninguna parte. La velocidad mata. Los cementerios están repletos de gentes –jóvenes en su gran mayoría– que tenían mucha prisa; prisa por ver a la novia, por llegar a la playa; por llegar a su casa, sentarse y tomar una cerveza, o simplemente por sentir el deleite de ser el más rápido como Liberty Valance, o incluso por llegar al próximo restaurante a tomar un café. El efecto “puntos”, que en su día resultó altamente positivo, reduciendo drásticamente aquellos aterradores números de fallecidos de los años ochenta del pasado siglo, hoy, entre unas cosas y otras, se está quedando en nada. Entre la velocidad, las distracciones al volante y la descarada utilización del móvil, por no hablar de los que no utilizan el cinturón porque el coche es mío y hago con él lo que me da la gana, el número de accidentes mortales aumenta sin cesar, con lo que ello conlleva de riego para los que sí cumplen taxativamente las reglas de la conducció