CARLOS DÍVAR, CHIVO EXPIATORIO
Más allá del escándalo Dívar, concluido el pasado jueves con su forzada dimisión como presidente del Tribunal Supremo y del Consejo del Poder Judicial, interesa poner de relieve, aunque sea brevemente, algunas connotaciones que se desprenden de este lamentable hecho. La principal, sin duda, el alud mediático en que se ha visto envuelto y que ha servido puntualmente de pasto al pueblo, como ocurriera con el caso Undargarín, en un momento en que económicamente el país se nos va de las manos. La prensa, los medios, la ciudadanía y hasta el que casualmente pasaba por allí se han ensañado con él, merecidamente acaso, por su insistencia en negar la realidad, un hombre que presumía de sólidas y consolidadas convicciones religiosas, experto en darse golpes de pecho en público, etc. Ningún placer mayor para el vulgo que el de desenmascarar a un tartufo o a un sepulcro blanqueado. Mas, con todo, el ensañamiento, reconozcámoslo, ha sup