LA ESTRATEGIA DEL CINISMO
El éxito de las réplicas de la Infanta
Cristina y de su esposo Urdangarín en el juicio del caso Noos –ya casi
olvidado, que es de lo que se trata– con sus célebres: “No sé”, “No me consta”,
“No recuerdo”, etc., han sentado jurisprudencia, cuando no cátedra,
convirtiéndose en muletillas exitosas para los dirigentes del PP involucrados
en los “papeles de Bárcenas”, ante la impasibilidad de unos jueces que ven con
qué jeta se burlan de ellos los susodichos gerifaltes de antaño de la calle
Génova.
Es lo que tiene prolongar hasta el
infinito los procesos judiciales, que te da tiempo hasta para pactar con el
diablo, como Fausto. De ahí que no pueda extrañarnos lo más mínimo el radical
cambio de actitud de ex tesorero del PP Luis Bárcenas en su comparecencia del
día 26 ante la Comisión de portavoces parlamentarios. Ese hombre que hasta hace
unos meses era una ruina, un vencido que se limitaba a dar coletazos y
amenazando, como Pujol, con hacer caer los palos del sombrajo del PP, ha
recobrado, como por ensalmo, su vieja chulería, mostrando de nuevo su verdadera
faz cínica y nauseabunda ante sus señorías, limitándose a escuchar, consultar
el móvil –¡qué invento, señor!–, beber buchitos de agua y respondiendo sólo
cuando la pregunta le enfadaba. Vamos, un Bárcenas en estado puro, seguro de sí
mismo desde que, de nuevo, se siente amparado por los poderosos de turno; y
mucho nos tememos, viendo su fanfarronería y aplomo recobrados, que no sólo
piensa ya seriamente en la posibilidad de conservar incólumes sus 40 millones
de euros en Suiza, sino incluso en salir airoso con una condena de no más de 10
años que, unido al buen comportamiento, las buenas amistades y los indultos, se
quede en no más de un par de añitos. Y, a vivir que son dos días. Ahora, más
que nunca nos acordamos de aquello del “aguanta, Luis, aguanta” de Mariano
Rajoy. Desde el poder y con paciencia gallega, todo es posible.
Opuesta conducta, pero que en el
fondo sigue un camino paralelo a la de Bárcenas, es la mantenida por el antaño
todopoderoso Granados, que, tras más de dos años y medio de privación de
libertad, sale del cómodo presidio que él mismo inauguró, como un toro bravo a
la plaza, dando cornadas a diestro y siniestro, participando, ¡oh cielos!, en
programas televisivos que, para vergüenza de los patrocinadores, y aprovechando
su fértil labia, le abren las puertas de par en par dejándole que suelte por su
boca mentiras colosales. Dos años y medio dan para mucho, pero sobre todo para
urdir una estrategia de hondo calado capaz de justificar las mayores
aberraciones, incluso la posesión de un millón de euros en efectivo en el
desván de su suegro.
Como es natural, Granados arremete
contra todo lo que se mueve, contra la UCO, contra los jueces, contra Ignacio
González (el malo, el culpable de todo); todos contra él, él, el puro, objeto
de una conjura universal por pura envidia. ¡Menuda banda!, que decía Romanones.
En el fondo, este personaje parlanchín, como Conde en su día – aunque con más
clase éste–, lo único que pretende es patalear, dar miedo, llamar la atención,
para, de ser posible, pasar muy pronto a la segunda fase, en la que ha entrado
Bárcenas. De las amenazas a los silencios prolongados; de las cornadas a la
mansedumbre; todo en función de la actitud del mensajero que le envíen desde la
calle Génova. Lo grave para él sería que ni siquiera logre inspirar miedo, que
den su caso por amortizado, que se lo sigan tomando a chirigota, o, lo que es
peor, de cabeza de turco o de muñeco del pin pan pun. Porque alguien (o “alguienes”)
tienen que pagar, además de Correa y el Bigotes, tan inmenso desaguisado, y
para eso están Ignacio y él. Al tiempo, si no.
Juan Bravo Castillo. Lunes, 3 de julio de
2017
Comentarios
Publicar un comentario