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DIARIO DEL AÑO DEL DESASTRE (V) HUIS CLOS

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                       Vamos hacia los cuarenta días de confinamiento (la cuarentena a la antigua). También Jesucristo pasó cuarenta días y cuarenta noches en el desierto soportando tentaciones y curtiéndose como dios y como hombre. El problema es que nosotros seguimos sin ver la salida del túnel. Lo único que nos tememos es que esta noche, en el momento mismo en que escribo estas líneas, otros quinientos compatriotas –¡ojalá me equivoque!– sigan rindiendo tributo a esta nueva sanguijuela que es el coronavirus. Es terrible despertarse cada mañana y enterarse de que la terrible cifra de muertos aumenta a un ritmo incesante, por no hablar de los tres, cuatro o cinco mil nuevos infectados, ¿cómo es posible, nos preguntamos?             El desastre –el sanitario– sigue, pese al heroico comportamiento de los que a diario se baten el cobre con él, pagándolo con su vida o con el contagio. ¡Qué ejemplo de profesionalidad están dando al mundo! Sus aplausos a los que logran salvar la vida e

DIARIO DEL AÑO DEL DESASTRE (IV) HUIS CLOS

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          Han pasado cuatro semanas y sigue sin verse luz al otro lado del túnel por más que los  encargados de hacer frente a esta pandemia un día sí y otro también reiteren su cantinela optimista. La moral se resquebraja al ritmo del número de muertos, que están a punto de alcanzar los 17.000.            En un mes de confinamiento ha habido tiempo de pensar: éramos la Ciudad Alegre y Confiada que decía Benavente; estábamos plenamente convencidos de que las epidemias eran cosa del pasado, cosa superada, y que, excepción hecha de un grupo de agoreros, “cenizos” y “gafes”, no había por qué preocuparse ni precaverse. Sí teníamos noticias de millonarios caprichosos que se habían construido junto a sus mansiones un refugio nuclear, por si las moscas. Pero la palabra “pandemia”, si seguía en el diccionario era por pura extravagancia, cual reliquia. Y es que está claro que en el mundo actual, salvo los judíos, que siguen teniendo en el desván su maletín con todo dispuesto por si t

DIARIO DEL AÑO DEL DESASTRE (III) HUIS CLOS

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              Viernes de Dolores. Calles vacías. Avenidas vacías. Carreteras y autopistas vacías. Estaciones de servicio vacías. Ejército, Guardia Civil y Policía. Ciudades y pueblos tomados. Bares y restaurantes vacíos. Estadios vacíos. Iglesias vacías. Ni hubo Fallas. Ni hay Semana Santa. Ni habrá Feria de Abril.               El mundo se ha parado. La gente permanece a la expectativa. El miedo lo invade todo. Viví una situación parecida en la Polinesia en espera del ciclón devastador. Había que aprovisionarse a tope y esperar la embestida del Océano. Ni cerillas encontré. Los supermercados eran un puro esqueleto.           Aquí no es el Océano, sino un virus asesino procedente de China. Los cadáveres se multiplican. En Madrid, ¡quién lo dijera!, faltan morgues . No hay carros de la muerte como en la Edad Media; ahora somos más civilizados. Pero las víctimas siguen muriendo solas, muchas de ellas sin tan siquiera un simple respirador. En un mundo de derroche, despilfarro y dis

DIARIO DEL AÑO DEL DESASTRE (II). HUIS CLOS

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                                                           Decía Balzac que los verdaderos héroes de la Historia no eran los grandes generales napoleónicos enterrados en El Panteón de París, sino gentes anónimas como aquellos trescientos soldados que se presentaron voluntarios a construir un puente con barcazas para permitir que más de medio millón de hombres, o sea, la grande armée , pudiera cruzar la Berezina, evitando así que sus compañeros fueran diezmados por los cosacos. Construir aquel puente en pleno invierno, dentro del agua helada, suponía una muerte casi segura. Pero había que sacrificarse, y tenían que hacerlo tipos aguerridos y generosos que sabían que no iban a pasar a la Historia, ni figurar en ninguna columna como la de Trajano ni en ningún friso como el de las Panateas.             Pero tal es el destino de la Humanidad. Por lo general, y como decía Giraudoux, en las guerras se quedan los mejores y no todos los que sobreviven son dignos de ostentar las condeco

HUIS CLOS

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           Nos lo advirtió hace más de un mes nuestro amigo Jorge Laborda –colaborador habitual en las páginas de este mismo Diario, y que el pasado día 5 presentaba el Volumen XII de su obra Quilo de Ciencia –; nos lo advirtió, insisto, reiteradamente a los componentes de nuestra tertulia sabatina: lo que viene es “gordo”, una auténtica calamidad.             Para nosotros, legos en la materia, o casi, considerando que la “cosa” venía nada menos que de China y que, como más de un periódico o emisora había dicho, el tal “coronavirus” no pasaba de ser una gripe o poco más, dijimos,  “¡Bah!, cosas de científicos”. No en vano habíamos superado el terrible ébola africano, la difteria  y las mil y una calamidades que rara vez llegaban a nuestro paraíso europeo.             Pero, he aquí que, de pronto, el tal “coronavirus”, que ya había saltado a Irán y a Corea del Sur, pegó un brinco formidable y, como por ensalmo, alcanzó la Lombardía, el corazón alpino de Italia; ver la pl

¿COMPLOT?

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              Personas autorizadas y bien informadas como Fernando Arrabal desde París empiezan a hacerse preguntas sobre este ataque de PÁNICO impensable hacía unos cuantos años. El asalto a las Torres Gemelas de Nueva York abrió definitivamente la espita a la más desembridada fantasía, de la misma forma que el SIDA, unos años antes, parecía abrir de par en par las puertas del infierno a la depravación de SODOMA.             En los años setenta escribí una obra, jamás representada, en que dos pobres villanos, Garvilote y Kukus, vertían, en las fuentes de donde procedía el agua de la que se nutría la población, una hierbas preparadas ad hoc por una mano hechicera con el objetivo de idiotizar al personal. Una broma de muy mal gusto, pero que cabía la posibilidad de que a alguien se le hubiera ocurrido antes, visto lo visto.             Hay demasiados intereses  ocultos –como lo que mueven las bolsas–, demasiada mala leche y demasiados desdichados en este mundo que cuesta un d

CORONAVIRUS Y SURREALISMO

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              Hasta que el pasado jueves vimos en la pantalla de Mega al periodista deportivo valenciano Kike Mateu anunciándonos que había contraído la enfermedad en Milán cuando la semana anterior fue a cubrir la información del partido Atalanta-Valencia, el coronavirus –o Covid-19– no pasaba de ser una matraca diaria de chinos, cifras, mascarillas, y miedos más o menos fundados; un motivo de charla de café, de especulaciones varias, ideal para quienes se pasan la vida fantaseando sobre poderes ocultos y misterios del cuarto milenio.             Luego vimos a Kike, aunque no parecía excesivamente atribulado, más bien cabreado; y poco después supimos de la existencia de Adriano Trenistán, un italiano considerado “paciente 0”, pero que luego resultó “paciente 1”, o sea contagiado por otro que anda por ahí de incógnito por la Lombardía. O sea que la cosa originaria de Hubei, en el corazón de China, la patria del Mandarín, había roto su crisálida, volando a Italia – la patria

Y AHORA A POR LA CAJA ÚNICA

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              Hubo un tiempo, hacia el final de los Austrias, que corrían por Europa láminas y grabados que representaban a España como una exuberante cerda con innumerables cerditos aferrados a sus pezones, extrayendo cada cual por su lado la sustancia nutritiva de la madre sin ningún tipo de miramientos. Los cerditos tenían sus correspondientes rótulos: Inglaterra, Francia, Países Bajos, Imperio Germánico, etc., etc. Era el final de una época gloriosa que llevaba en su seno su propia destrucción, pues si por algo se caracterizó nuestra historia fue por la incapacidad de los españoles para preservar lo conquistado.             Justo en esa época empieza el desmembramiento de España, con la separación definitiva de Portugal y el primer estallido catalán. De entonces acá, en especial tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, la historia se repite. Los pactos de la Moncloa, el Estatuto de Gernika, por más que en un principio parecieran un éxito del Gobierno de Suárez

RACISMO A LA CATALANA

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              ¿Cómo se puede llegar a presidente de una plaza de toros partiendo de picador? Pues muy fácilmente, dijo Juan Belmonte, degenerando, degenerando… Algo parecido viene ocurriendo con ilustres damas catalanas, antaño gente decente y formal, y hoy racistas, xenófobas, supremacistas y, sobre todo, ignorantes y ridículas en grado superlativo. Y es que, cuando se le cae la venda a una fanática invariablemente aparece la imagen de Dorian Gray.        Cómo si no ver con nuestros propios ojos a la alcaldesa de Vic, la señora Anna  Erra, que por cierto llegó a la alcaldía de la mano del PSC para pasarse a JxCat, iniciando así su cruzada antiespañola, que llegó a límites inmundos el pasado miércoles 12 de febrero, en el Parlament catalán, instando con toda inverecundia a los catalanohablantes a dirigirse en esa lengua a personas que “por su acento o por sus rasgos aparenten ser de fuera”. De nuevo Arana, Arzalluz y el divino Torra. De nuevo el Rh y la sombra nazi. De nuevo

EL ÚLTIMO MOHICANO

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              Algunos pensaban que ya había muerto físicamente, porque moralmente murió – en especial para los ortodoxos– aquel 4 de marzo de 1983 en que Wojtyla, en aquella funesta visita a Nicaragua, con gesto duro y el dedo índice acusador, lo reprendió públicamente ante el mundo entero, mientras Ernesto Cardenal lo recibía arrodillado, por formar parte del Gobierno Sandinista. La imagen, como no podía ser de otro modo, dio la vuelta al orbe y se convirtió en la lucha de Juan Pablo II contra las ideas sandinistas y de izquierda. El papa no sólo recriminó a Ernesto Cardenal que propagara doctrinas apóstatas y que formara parte del gobierno sandinista, sino que, no contento, trece meses más tarde, en el marco de la guerra fría, suspendió a divinis del ejercicio del sacerdocio a los sacerdotes Ernesto Cardenal (59), Fernando Cardenal (50, hermano del anterior), Miguel D´Escoto (51) y Edgar Parrales, debido a su inscripción a la teología de la liberación; y así, hasta que treint

JUGANDO CON FUEGO

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             Al paso que vamos, nuestro flamante presidente de Gobierno va a hacer bueno el dicho de don Rafael Sánchez Mazas cuando, en vista de sus reiteradas ausencias del Consejo de Ministros –Franco, como es sabido, lo nombró ministro Sin Cartera después de sobrevivir de milagro a la Guerra Civil, véase Soldados de Salamina –, el Caudillo lo llamó a capítulo y le preguntó por las razones de tales ausencias; a lo que el ilustre falangista, al parecer, respondió con esa gallardía aristocrática que lo caracterizaba: “Porque la política, mi general, es asunto de muleros” (con perdón de los muleros, que hubiera añadido Cela).             Es evidente –o ésa es al menos la impresión que el sufrido ciudadano (ese mismo que acaba de recibir las migajillas del festín: 0,9 % los pensionistas; 2% los funcionarios) percibe a diario– que, como un día dijo un avispado periodista, basta tener el Boletín Oficial en la mano para obrar milagros. Recuerdo cuando, hace bastantes años, José Bono ll

¿CAMBIAR EL MUNDO O CAMBIAR LA VIDA?

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              Uno de los intelectuales más lúcidos del siglo XX, André Breton, el creador del Surrealismo, un día se pasó, con armas y bagajes, al Partido Comunista, hasta que se dio cuenta de lo que era la política dictatorial de Stalín, y, con idéntico escándalo que el que había provocado politizando el que sin duda era el movimiento vanguardista más popular e influyente en el mundo entero, se replegó a sus cuarteles de invierno, alegando, a quienes vinieron a pedirle cuentas, que lo que pretendían los comunistas era cambiar el mundo, en tanto que a lo que él aspiraba, siguiendo a su maestro Rimbaud, era a cambiar la vida.             Un dilema hermoso, sin duda, al que pocos, muy pocos, intentan dar respuesta. Y es que, en tanto que el mundo cambia a diario, la vida, la verdadera vida, siguiendo a Rimbaud, está ausente, sigue ausente. El mundo, sus estructuras, lo rigen el dinero, el poder y un statu quo más o menos podrido e inamovible que aspira a la eterna injusticia, al

UN SIGLO SIN GALDÓS

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              En 1914, las dificultades económicas por las que pasaba Galdós hicieron que sus íntimos organizaran una suscripción en ayuda del novelista, suscripción que fue encabezada por Alfonso XIII con un donativo de 10.000 pesetas. Poco a poco fue espaciando sus salidas. Sí acudía, desde luego, a sus últimos estrenos para recibir el aplauso no sólo de la obra de turno, sino de toda su gigantesca labor literaria. Para entonces, era ya la figura más popular y querida en toda España y su nombre se pronunciaba con una extraña unción.             En 1916 –año en que era nombrado delegado en los actos conmemorativos del tercer centenario de la muerte de Cervantes–, Galdós aún tenía fuerzas para publicar por entregas en La Esfera sus Memorias de un desmemoriado . Tres años más tarde, una fría mañana de enero –tenía a la sazón 76 años–, el maestro acudía al Retiro para asistir a la inauguración de la estatua, obra de Victorio Macho, que el pueblo de Madrid le brindaba, para resa