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A POR TODAS

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             Que Sánchez le ha visto las orejas al lobo es tan cierto como que se ha saciado de horrores. La penúltima jugarreta de su valido Redondo, aquella sin duda que terminó abriéndole definitivamente los ojos respecto a la calaña del Rasputín, fue aquella esperpéntica entrevista de los 21 ó 23 pasos con el presidente de Estados Unidos Joe Biden. Pocas veces he sentido tanta vergüenza ajena como aquella tarde, por más que Sánchez intentara enmendarla enumerando los temas que le había planteado en tan breve margen de tiempo al mandatario estadounidense, que, como una momia embozada avanzaba cual zombi con semblante indiferente junto a aquel tipo inoportuno y un tanto agobiante que le daba la matraca. Siempre nos quedará la duda de si sabía quién era o no, o si lo hacía a modo de venganza.             Sea como fuere, conviene decir que fuimos muchos los españoles de bien que, en ese momento, hicimos causa con Pedro Sánchez. En ese momento, era nuestro presidente, el presidente de t

DESCONCIERTO

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               Una y otra vez las tormentas perfectas se abaten sobre España y, de seguir a este paso, pronto estaremos en condiciones de proclamar el viejo dicho de “entre todos la mataron y ella sola se murió”. El desbarajuste se agranda y amenaza con engullirnos a todos. En sentir general es de desconcierto y ya ni siquiera los viejos abstencionistas (esos que, por sistema, pasan de todo) pueden estar tranquilos, ya que el día menos pensado se les presenta un hijo, una hija, un nieto, una nieta y les dice que se ha infestado con el Covid y que, a lo peor, lo ha contagiado pese a estar vacunado.             En este caos en que nos movemos, únicamente tienen motivos parar sentirse satisfechos los buitres carroñeros de siempre (esos que se mueven en las aguas pútridas; cuanto más pútridas, más sustancia), las compañías eléctricas (que engordan a ojos vistas sin que nadie les ponga freno a su avidez, y más aún ahora que se anuncia el progresivo final de los vehículos de gasolina y gasoi

CON FLORES A PUIGDEMONT

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               Les ha faltado tiempo a los indultados catalanes para ir a rendir pleitesía al prófugo Puigdemont en su residencia de Waterloo (el llamado palacio de la República). En efecto, el pasado martes el líder de ERC, Oriol Junqueras visitaba al Parlamento Europeo de Estrasburgo, junto con la expresidenta del Parlament Carme Forcadell y los exconsellers Raúl Romeva, Dolors Bassa y Meritxell Serret. De allí el grupo se dirigió a la mansión de Puigdemont en las afueras de Bruselas, para hacerse la foto preceptiva, en la que se dieron codazos para salir con el expresident de la Generalitat y eurodiputado y su íntimo Comins. Una foto en apariencia idílica, si exceptuamos la cara de Junqueras, que difícilmente trataba de disimular el asco de hallarse junto al traidor pujolista que hace tres años y medio lo engañó como un chino.              Pero todo sea por la causa, y la causa bien vale una misa, aunque no sea cantada. La  causa, o sea, el odio, une más que el amor, y éstos no quie

LA PALABRA DADA

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              Cientos de veces se lo oí decir a mi padre: “Cuando le des la mano a alguien a modo de acuerdo o contrato, eso va a misa”. ¡Qué tiempos aquellos en que lo que acordaban los hombres jamás quedaba reducido a papel mojado! Era una época dorada en que las personas no necesitaban ir de la diestra de un abogado para caminar por la vida. Bastaba la palabra.             De entonces acá el deterioro de la Humanidad se ha hecho patente de una manera harto significativa. La mentira se ha convertido en instrumento cotidiano, subvirtiendo los grandes y pequeños valores de antaño. Los hay que mienten por sistema, ya no como modo de salvar la pelleja, sino por puro vicio. Tuve un compañero en la universidad que de tal modo lo habían maleado los jesuitas en Navarra que cada vez que le decías algo, él creía justo lo contrario. Cuando me di cuenta, actué en consecuencia.             Decir Cospedal que lo de Villarejo era un simple intercambio de pareceres, y para ello mandaba su coche ofic

LA ALEGRÍA DE VIVIR

Si algo nos ha enseñado la pandemia es el valor de la vida y la libertad. Cómo no acordarse de aquellos tres meses claustrofóbicos de 2020, encerrados a cal y canto en nuestros hogares, separados de nuestros parientes cercanos, asustados con las noticias lúgubres que puntualmente nos ofrecían los telediarios, echando tanto de menos el campo, la playa y la montaña, dejando pasar uno a uno los días, las semanas, los meses…             Fue todo tan inesperado, tan difícil de soportar, con aquellas mascarillas que hasta entonces sólo se las habíamos visto a los orientales. Con todo, nos considerábamos afortunados de disponer de una casa donde poderte mover a gusto. A diario, sin embargo, pensábamos en esas familias de cinco o seis miembros obligadas a vivir en sesenta, ochenta o noventa metros. Para ellos, esos meses debieron de quedar grabados a fuego en sus conciencias, viéndose constantemente como los personajes de  A puerta cerrada  de Jean-Paul Sartre, desprovisto de su intimidad, con

TEMA TABÚ

            Humildemente estaba convencido desde que la Monarquía española encabezada por Juan Carlos I se convirtió en tema abierto de par en par a los medios tras décadas de ser considerado tema tabú, que no había asunto inabordable en el mundo actual. Pero hete aquí que hace unos días, releyendo ese impresionante ensayo de Yuval Noah Harari, titulado  De animales a dioses. Breve historia de la Humanidad  –libro que, dicho sea de paso, debería ser lectura obligatoria en institutos y universidades –, en uno de sus capítulos finales, me encontré con unas cifras que me dejaron atónito.             Reconozco mi ignorancia al respecto, pero leer que de los 56 millones de personas fallecidas en el año 2000 en todo el mundo, en tanto que las guerras causaron la muerte de 310.000 individuos y el crimen violento la de 520.000 (en total 830.000 víctimas; o sea el 1,5%), la cifra de muertos en accidentes de automóviles se elevó a 1.260.000 personas (o sea 2,25 % de la mortalidad total) y –aquí

CUESTIÓN DE CONFIANZA

                                                   Dieciséis agotadores meses de pandemia nos han dejado exhaustos a quienes hemos mantenido rigurosamente las normas marcadas por el Gobierno. Por eso, hoy que empezamos a ver la luz más allá del túnel, hoy que entendemos que muy pronto tendremos que recobrar la tan añorada normalidad, necesitamos, como mínimo, una inyección de confianza, confianza en nosotros mismos, confianza en el género humano y, sobre todo, confianza en quienes nos dirigen.             Dieciséis meses de muertes y vacunas, dieciséis meses de miedo, dan para mucho. Hemos tenido tiempo de reflexionar mucho, y las conclusiones que hemos sacado son muy poco halagüeñas. A la primera conclusión que hemos llegado es que un país necesita confianza en sí mismo y en sus dirigentes, de lo contrario acabaremos viendo abrirse un abismo bajo nuestros pies.             Lo que hemos visto, sin embargo, es tan poco ejemplarizante, que a veces incluso hemos sentido una pizca de vergü