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Mostrando entradas de mayo, 2016

DESCONCIERTO Y HARTAZGO

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                                                  Son las dos palabras que definen el estado de la ciudadanía española a un mes de otras nuevas elecciones generales tras el fiasco de las de diciembre. Desconcierto de ver la falta de clase de sus políticos y hartazgo al comprobar que, salvo en contadas variantes, todo se repite, con el riesgo de que terminemos en el mismo laberinto.             Hartazgo asimismo de escuchar los mismos tópicos por parte del Gobierno interino de Rajoy: que España crece y crece, que el paro disminuye, que en cuestión de otros cuatro años se crearán dos millones más de puestos de trabajo; en resumen, que España va bien y aún va a ir mejor si el Partido Popular gana las elecciones. Y, por otro lado, el lento matraqueo de las cifras reales que día a día anuncian la catástrofe en que nos debatimos: que uno de cada cinco españoles está en riesgo de pobreza o exclusión social, que el cuarenta por ciento de los hogares se las

ROSELL O LA IMPRUDENCIA

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                                                   El presidente de la CEOE, Juan Rosell, manifestaba el pasado martes que el trabajo “fijo y seguro es un concepto del siglo XIX”, ya que el futuro habrá que “ganárselo todos los días del año”. Y lo dijo así como así, como el que ve llover. Epulón, como ustedes saben, se arrellana en su sillón, perfectamente seguro de que el mundo, visto desde allí, es perfecto. Lázaro, el pobre Lázaro, por el contrario, se sienta en el borde de la silla, tímido y apocado, porque ni siquiera tiene la certeza de que Epulón le obsequiará con unas cuantas migajas.             A Rosell, como a ese altivo hijo de los duques de Alba cuyo nombre prefiero olvidar, le gustaría volver a la Edad Media –cosa que incluso podría ocurrir a este paso–, para recobrar el derecho de pernada, amén de otras prerrogativas, sinecuras e incluso canonjías. Es lo que pasa cuando se gana una batalla tan importante como fue el desastre de la Reforma L

CELA Y SU TRASCENDENCIA LITERARIA

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            El 30 de octubre de 1956 la intelectualidad madrileña se congregaba en la calle Ruiz de Alarcón de Madrid para dar su último adiós a don Pío Baroja; entre los asistentes estaban Camilo José Cela y Ernest Hemingway. Los que portaban la caja mortuoria invitaron a acompañarlos al autor de Adiós a las armas , pero éste declinó ese honor alegando que era demasiado para él, “sus amigos, sus amigos de siempre”.             Aunque célebre ya con sus cuarenta años y a punto de entrar en la Academia de la Lengua –había publicado, entre otros libros, La familia de Pascual Duarte (1942), La colmena (1951) y Viaje a la Alcarria (1948)–, pocos intuyeron que en aquel féretro quedaba enterrada la vieja novela noventayochista y que, justo al lado, el gallego Cela, recogiendo la antorcha –de la misma forma que Baroja la había recogido de manos de Galdós–,   se iba a encargar de sacarla definitivamente de la postración en que la guerra civil la había sumido, en u

LA DERIVA DE IGLESIAS

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                        Que Pablo Manuel Iglesias se ha convertido a estas alturas en un cefalópodo dispuesto a fagocitar cuanto le sale al paso con tal de lograr sus fines es un hecho, como lo fuera en el caso de su maestro el venezolano Hugo Chávez. Y para los que todavía prefieren tomárselo a chirigota, yo les aconsejo que se fijen en su sonrisa, que a menudo produce escalofríos.             Pablo Manuel Iglesias es un auténtico nudo de contradicciones, un perfecto ejemplo de lo que ha de ser un lobo con piel de cordero. Se dice, por ejemplo, humilde, cuando no se ha visto altivez semejante desde los tiempos de Alejandro Lerroux.          Sabe, o alguien se lo hizo ver, que se equivocó gravemente, con Felipe González, o disponiendo a su antojo de los sillones ministeriales del Gobierno que pretendía montar con Pedro Sánchez, o incluso postergando a su compañero Íñigo Errejón. Ahora hace gala de arrepentimiento, pero quien más quien menos sabe que todo lo fía a

CIFRAS INSOPORTABLES

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            Dicen los expertos que para curar un mal lo primero que hay que hacer es diagnosticarlo y, sobre todo, reconocerlo. Pero eso que habitualmente se hace en medicina, en economía y en política se tiende a ocultar con la esperanza de que el tiempo se encargue de ponerle remedio. En eso, desde luego, el Partido Popular se las pinta solo hasta el punto de convertirse en un auténtico especialista del encubrimiento de los datos, amparándose, claro, en el incondicional apoyo con que cuenta en determinados medios de comunicación.             Decir, como decía la pasada semana Rajoy que la economía va viento en popa, que vamos “en la buena dirección”, aunque, eso sí, “hay que seguir trabajando para consolidar la recuperación” (sic); o considerar, como consideraba ese mismo día el Ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, “muy positivos los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), ya que, en términos conceptuales presentaba un crecimiento interanual del empl