LA BRECHA SOCIAL
Decir que la “brecha social” en
España no ha hecho más que crecer en los últimos años no es ninguna novedad; de
hecho, desde esta misma columna lo venimos denunciando con la esperanza de que
el Gobierno tomara las medidas pertinentes para reducir ese boquete que nos
lleva directamente a convertirnos a la larga, o a la corta, en un país de corte
hispanoamericano. Pero todo ha sido en vano. Hoy, y a nadie con dos dedos de
frente le puede extrañar, se encienden todas las alarmas con el informe
elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico
(OCDE). Concretamente en el documento titulado Panorama de la sociedad de 2014, este organismo señala que el 10
por ciento de hogares españoles con menos rentas perdió, prácticamente, un
tercio de sus ingresos entre 2007 y 2010, con una caída anual del 14 por
ciento, lo que representa, “con mucho”, el mayor descenso de la OCDE, donde la
media de los ingresos fue del 2 por ciento entre las personas más
desfavorecidas.
Primera conclusión, pues: el
problema de España ya no sólo son los 6 millones de parados y el millón y pico
de jóvenes que andan en desbandada, buscando una solución a sus vidas, por
Europa, América e incluso Asia; el problema, asimismo, es la preocupante brecha
social en aumento y la pérdida del poder adquisitivo de una considerable parte
de la población, que, en términos generales, y según el citado informe, la OCDE
cifra en una pérdida media de ingresos de unos 2.600 euros por persona entre
2008 y 2012, lo que la convierte en una de las caídas más fuertes entre los
países de la Eurozona. España, en seis años, se ha empobrecido por la
incapacidad de sus gobernantes.
Pero no es eso todo, ya que, según
este informe, y a modo de contrarréplica, las rentas del 10 por ciento más rico
en España disminuyeron tan sólo en, aproximadamente, un 1 por ciento al año, lo
que supone que el territorio nacional experimentó un fuerte aumento de la
desigualdad social. De ese modo –nuevo dato revelador–, las ganancias medias de
los españoles con mayor poder adquisitivo fueron 13 veces más altas que las de
los más pobres, en contraste con la media que marca este organismo, que se
situó en 9,4 veces.
En resumen, que, como intuíamos, el
peso a plomo de la crisis la han soportado en nuestro país las clases medias y
bajas, en tanto que las altas, una vez más, se ha ido “de rositas”.
¿Casualidad? ¿No es posible que, desde el principio, todo estuviera en el
guión? ¿Y por qué no? Hasta tal punto se han pasado de rosca, que no es extraño
–¿o sí? – que personalidades de la talla
de Joan Rossell, presidente de la CEOE, afirmara antes de ayer mismo que “no
pueden reducirse más los salarios” (sic). Claro reconocimiento de lo lejos que
han llegado jugando con fuego y del evidente miedo al efecto boomerang.
Ahora, la preocupación, por no
hablar del miedo, es la anunciada reforma fiscal, donde, para compensar la
prometida y electoralista bajada de impuestos directos en las nóminas, se
barajan alternativas compensatorias: subir el IVA, subir los impuestos
indirectos, suprimir deducciones, o sea, te quito de aquí y te pongo de allá,
pero que sepas que la banca nunca pierde. Una solemne majadería que demuestra
una vez más que en España, cuando se toca algo, es para estropearlo más.
Evidentemente es para temerse lo peor, aunque haya ilusos que piensen que por
fin el Gobierno se va a decidir a hacer pagar a los privilegiados, cosa que
sería un milagro más grande que el de Fátima y Lourdes juntos.
Juan Bravo
Castillo, Domingo, 23 de marzo de 2014
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