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Mostrando entradas de noviembre, 2019

DESASOSIEGO

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               Incluso entre quienes lo han votado, Pedro Sánchez despierta un alto grado de desconfianza; es algo que se palpa en el ambiente. Sus rotundos cambios de opinión, sus posicionamientos opuestos no pueden menos de hacer pensar que está obsesionado con el poder, cueste lo que cueste. Basta observar detenidamente su rostro, estos últimos días, para darse cuenta de que no las tiene todas consigo. El mismo día del abrazo con Pablo Iglesias, algo raro se palpaba en el ambiente. El rostro de Iglesias era el rostro ganador, radiante; el de Sánchez, forzado, risa contenida. Fue Iglesias el que tomó la iniciativa del abrazo, en tanto que Sánchez se dejaba hacer.             Era lógico; abrazarse efusivamente con alguien a quien palpablemente no tragas, alguien que te ha prodigado todo tipo de lindezas, tantas o más que tú le has dedicado a él, es para no estar muy feliz. Todo suena a “trágala”. Decir como dijo a bombo y platillo que la presencia Iglesias en el Consejo de Mi

A VOTAR

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                                             Sí, lo digo en serio: a votar. Ya sé que hay infinidad de argumentos para no hacerlo. Me he pasado días tratando de refutarlos. Está claro que cuando alguien entra en política y más aún si ocupa un alto cargo, lo esencial es dejar a un lado la vanidad, el egocentrismo, e ir a ejercer sin circunloquios la misión que la Historia le ha encomendado por el bien de su país y de su propio partido. Lo contrario es bisoñez y, por desgracia, o más bien por los azares de los partidos, hay mucho bisoño en la política española actual, gente que está muy sobrada de turiferarios y muy falta de bufones –que eran, como ya saben ustedes, los únicos que tenían el derecho de decir a los propios reyes las verdades del barquero.             Parecía que España, con su tan alabada transición –otra mentira más de las muchas entre las que nos hemos movido en los últimos años–, había hecho de necesidad virtud, como demócratas de toda la vida. Pero no. La realid

EL DEBATE

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                    Acabo de presenciar el debate de los segundos espadas, con sus tiempos perfectamente calculados y con toda la parafernalia habitual, y el resultado ha sido el previsible: aburrido, muy aburrido, tremendamente aburrido. Lo han intentado, en especial Rufián, que apunta como un excelente parlamentario, pero todo ha sido en vano. A partir del minuto quince, el tedio se ha enseñoreado del debate, en la medida en que surgían los típicos tópicos, los habituales reproches; en una palabra, lo de siempre. No sé cuánta gente habrá hecho la hombrada de aguantar dos horas semejante coñazo, pero es para felicitarlos. Lo que sí me gustaría saber es el porcentaje de los que, como yo, se han dormido, o se han ido a la cama o han cambiado de canal.             Todo me ha sonado a hueco, a aprendido, a insulso, a vacío, como el alumno que se aprende la lección y la suelta de carrerilla sin saber lo que dice. La rutinilla diario. Ya digo, aburrido, muy aburrido. Imagino que