LA CAÍDA DE UN MITO DE BARRO
Tan sólo los barones, la maquinaria
del PSOE y la propia Susana Díaz se empecinaron en ignorar la opinión de unas
bases hartas de dejarse manipular. Cuarenta años imponiendo unos cuantos sus
leyes a los militantes: éste vale, éste no, éste es potable, éste no, éste es
un crítico, éste es dócil. Y siempre los mismos manejando los hilos entre
bambalinas. Así un año y otro y otro. La cuerda se tenía que romper tras años y
años tensándola. Y al final se rompió.
Había que avalar a doña Susana porque
ella era la ungida, la lozana andaluza; había que machacar a Pedro Sánchez, al
díscolo Sánchez, al apestado Sánchez, porque previamente había sido condenado
por la cúpula y, sobre todo, por la propia Susana Díaz, “éste no vale, pero nos
vale”.
Esta dama, la favorita, el invento
de Griñán, fuerte, astuta y ambiciosa, creía, como el Caudillo, tenerlo todo
atado y bien atado, con el apoyo de Felipe, de Guerra y compañía, pero se
olvidó de lo esencial, se olvidó de que la arrogancia y la prepotencia se paga
caro en España –no se debe vender la piel del oso antes de haberlo cazado,
además de que no hay enemigo pequeño–; le pasó al Caudillo, que también creyó
dejarlo todo atado y bien atado, le pasó al ínclito Aznar, y, como Dios no lo
remedie, le pasará a Pablo Iglesias.
Si algo ha aprendido el pueblo
español en estos cuarenta años de democracia es a ver lo que no le gusta.
Descubrir lo mejor no siempre es fácil, pero lo malo, lo falso, es algo que
hasta los más incautos intuyen.
Susana Díaz tenía incluso el
sacrosanto diario El País de su lado, qué digo, lo tenía todo, incluso, para su
desgracia, la prensa de derechas, y, sin embargo, perdió. Perdió porque
manipular a las masas como habitualmente se hace en las elecciones generales es
relativamente fácil, pero manipular a 180.000 militantes con sus filias y sus
fobias es harina de otro costal.
A Susana Díaz se le vio el plumero
antes de tiempo, se le vio desde que empezó a dar saltos de júbilo la noche en
que Griñán consiguió la presidencia de Andalucía por última vez –una
presidencia que ella muy bien sabía que no iba a ser para Griñán, sino para sí
misma–; pero sobre todo se le vio cuando, en octubre del pasado año,
protagonizó una de las más vergonzosas maniobras políticas vividas en el PSOE,
descabezando a su compañero Pedro Sánchez, a base de consignas dolosas,
creyendo que el mundo estaba hecho a su medida, y convirtiéndolo de ese modo en
San Pedro mártir. Lo que entonces y después olvidaron, ella y sus barones, es
que el mundo ha cambiado, que no todos los militantes son tan dóciles como los
sesenta y seis de Salobre, que votaron todos a una lo que les dijo don José
Bono, que hay que dar un golpe de timón y que tan sólo ahondado en el
Socialismo se podrá evitar que ocurra con esta ideología lo que recientemente
pasó en Francia.
Yo no sé si sabrá hacerlo Pedro
Sánchez, si le dejarán; de lo que podemos estar seguros es que ella no lo hará.
Mucho cuidado, no obstante, amigo Pedro, con la actitud de los perdedores,
empezando por el dúctil extremeño, Vara, esos que te intentaron defenestrar a
toda costa y hoy se apresuran a pedir unidad para seguir en el machito, esos
son los auténticos caballos de Troya. Ya se sabe lo que Casandra le decía a su
padre, el rey troyano Príamo, que no se fiara de los griegos ni siquiera cuando
les mandaban regalos, porque, entre otras cosas, podían estar envenenados.
Juan Bravo Castillo.
Lunes, 29 de mayo de 2017
Comentarios
Publicar un comentario