EL MAL ENDÉMICO REGIONAL
Estamos muy contentos, sí señor, de
que Castilla-La Mancha haya salido del “top ten” de regiones con mayor tasa de
paro de la Unión Europea. El que en este mundo no se conforma es porque no
quiere. Algo es algo, dijo el calvo.
Uno, en su inocencia juvenil, que
también la tuvo, siempre pensó que la distribución autonómica del territorio
español que le tocó vivir tenía como objeto, además de descentralizar la
administración y tornarla más ágil, combatir la ancestral desigualdad entre
regiones ricas, protegidas desde Madrid, y las pobres, consecuencia, en su
mayoría, de la influencia nefasta de los viejos latifundios originados por la
desafortunada política de los Reyes Católicos, tras la culminación de la
Reconquista, a la que pusieron la guinda Juan Álvarez de Mendizábal, con su
lamentable Ley General de Desamortización de 1835, y Pascual Madof que, en
1855, autorizaba la venta de los bienes comunales de los Ayuntamientos.
Caciques y señoritos se hicieron
dueños, por dos reales, de enormes fincas en Andalucía, Extremadura y la actual
Castilla-La Mancha, y no hubo gobierno capaz de solucionar el problema agrario,
ni siquiera la Segunda República. Caciques y señoritos que vivían en Madrid y
que tenían sus latifundios, en su mayoría improductivos, como fincas
particulares, como bien vemos en Los
santos inocentes de Delibes o en Pascual
Duarte de Cela. Los sucesivos gobiernos canovistas se encargaron de
proteger tan lamentable statu quo, y
cuarenta años de franquismo hicieron el resto.
Por eso, los ingenuos, como un
servidor, pensaron que, por fin, la restaurada democracia de 1978 iba a hacer
justicia a aquellas regiones, constituidas en comunidades, acabando con aquella
sangría migratoria de décadas, y practicando una política que poco a poco
redujera la distancia entre territorios pobres y ricos. Pero, una vez más, nos
hemos tenidos que conformar con la más que triste realidad.
Los hay que desde Bruselas se
empeñan en ver en las diferencias entre el norte y el sur un mal endémico
derivado de la vieja teoría de los climas, según la cual, el calor y el tedio
serían los culpables de estas notables desigualdades, pero la realidad es muy
otra. El obrero castellano manchego, el extremeño y el andaluz, por más que se
diga, produce en idéntica proporción que el navarro, el riojano o el catalán;
otro cosa son los medios con los que cuenta.
Los hay asimismo que se escudan en
los mediocres gobernantes de estas regiones que hicieron de ellas cortijos a su
medida: véanse Chaves, Rodríguez Ibarra o José Bono; y eso por no hablar del
increíble asunto de los ERES, pura mafia andaluza aún sin resolver. Para los
partidarios de esta teoría habría que ver qué fue de aquel río de millones que
nos llegó desde Europa y que tan poco sirvió a la hora de industrializar estas
tierras.
¿Quién
tendrá razón? La Historia lo dirá. Pero la realidad es que aquí estamos, junto
al sur de Italia y al sur de Grecia, en el furgón de cola de una Europa que es
asimismo la Europa de las desigualdades. Invertir como se hizo en Castilla-La
Mancha millones y millones en crear la Universidad añorada para tener ahora más
de un 50% de juventud en el paro, es para desesperar. ¿Qué se hizo mal?
¿Quiénes fueron los responsables de esta situación sin aparente salida? Es
evidente que hubo excesiva prepotencia socialista y escasísima imaginación en
el poder. Y lo grave del problema es que ni siquiera se plantea, como si
diéramos ya por hecho el sacrificio de media generación de jóvenes frustrados o
condenados a imitar a sus abuelos cuando, maleta en mano, iniciaron su
particular égida.
Juan
Bravo Castillo. Lunes, 8 de mayo de 2017
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