TRAIDORES Y VIVIDORES DE LA POLÍTICA
Una de las cosas que más repugnan al ciudadano de bien es el
“chaqueteo”, tan usual lamentablemente en los tiempos que corren, tiempos en
que, a diferencia de lo que ocurriera en la Roma clásica, los traidores son muy
bien remunerados, como muy bien se ha visto estos últimos días, en el espectáculo
denigrante ofrecido por un PSOE a cara de perro, donde ha quedado patente, en
la mayoría de los casos que, antes que salvar al partido, lo esencial, para
muchos, era salvar las propias posaderas.
Del lodazal inmundo, curiosamente,
han salido, como purificados, tras la pasión y caída de Pedro Sánchez,
personajes como Odón Elorza, Ciprià Ciscar –mire usted por dónde– y nuestro querido
José María Barreda, que tanto tiene que callar, y que sin embargo, se ha
sometido a exhaustivas entrevistas, donde ha dado rienda suelta a su
irreprimible facundia.
Pero son los nacidos y criados en el propio
partido, nutridos de su leche y su sangre, y dispuestos no a morir por él, sino
a vivir de él hasta el retiro, los que siempre me han fascinado. Un buen
ejemplo es el de la baronesa, y casi ya reina madre, Susana Díaz, o la de la
ínclita Macarena Navarro, de quienes no se conoce profesión u oficio al margen
del batallar pesoísta, pegando carteles, desde su uso de razón.
Mas si alguien llama la atención al
respecto, por méritos propios, hasta el punto de figurar junto al flamante
presidente de la recién nombrada gestora, Javier Fernández, es el portavoz
Antonio Hernández, el hombre que lleva las gafas a juego con la corbata, y que,
también él, en horas veinticuatro, pasó de aguerrido “sanchista” a “hombre de
aparato” donde los haya, diciendo, supongo, digo, donde dijo diego.
Me he preocupado por ahondar en su
historial, y, tal y como me temía, tiene todos los invariantes del prototipo
del vividor, superviviente, aunque para ello haya que vender su alma a
Mefistófeles como Fausto.
Todo un modelo de deslealtad,
Antonio Hernández Vera, nacido en Madrid en 1967 y licenciado en Derecho, en
1990, anduvo unos años como abogado de UGT, y especializado en asuntos de
inmigración, para ir escalando puestos hasta sentar plaza en el segundo mandato
de Zapatero como diputado por Madrid. Era el año 2004, y desde entonces no ha
dejado el escaño, antes bien, ejerciendo diversas portavocías, fue
convirtiéndose en un asiduo, hasta que, erigido en flamante portavoz del grupo
socialista en el Congreso de los Diputados, Pedro Sánchez hacía de él su hombre
de confianza, eligiéndolo para la negociación con otras fuerzas políticas con
miras a la formación de un nuevo Gobierno. Hasta que, en el momento en que vio
la caída inevitable de su jefe, huía con armas y bagajes hacia el bando de los
“críticos” donde acaba de iniciar una nueva etapa, eso sí, mandando, que es lo
suyo.
Insisto, un auténtico modelo de
deslealtad, el típico Fouché, pero con bastante menos categoría, de tal modo
que no dudo que ya sabrá bien la clase de personaje que tiene a su lado el
nuevo presidente de la gestora que en pocos días tratará de ensalzar a la
andaluza Susana Díaz. Es evidente que con este tipo de políticos nunca
saldremos de donde estamos, con un PSOE en la UVI, dejándose acariciar la
cerviz por Rajoy, a quien hasta anteayer tanto detestaba, y hostigado por
Iglesias que ve una oportunidad única de erigirse en líder de la izquierda,
ante este vacío de poder y estos reinos de Taifas en que se ha convertido el
viejo partido de Felipe González y Alfonso Guerra. ¿Hasta cuando Roma va a
pagar traidores, evitando así la desbandada?
Juan Bravo Castillo.
Lunes, 10 de octubre de 2016
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