KAFKA Y SU GRILLO




            Mi amigo Salvador Jiménez, conocido novelista murciano, escribió una tesis sobre la Influencia de Kafka sobre la literatura española de posguerra, y para aliviar sus soledades, siguiendo a su maestro, se compró un botijo abierto es espiral habitado por un  grillo saltarín. Cosa, al parecer, buena para exorcizar los conjuros.
            Pues bien, el Congreso de los Diputados también tiene su grillo, podríamos incluso decir su Pepito Grillo, cuyo papel empieza a ser interesante para aquellos que pensaban, como el cura de Bernanos, que “su parroquia estaba devorada por el aburrimiento”. La llegada de Pablo Manuel al hemiciclo ha supuesto, en efecto, un soplo de aire fresco a tan rancio lugar.
            Adiós a aquellas sesiones tediosas en que los diputados, retrepados y medio adormilados, como Cela en el Senado, apretaban con el pie al botón en las votaciones. Ahora saben perfectamente que, en cualquier momento, Iglesias puede proyectar su largo brazo sobre su mentón, sacándolos bruscamente de sus ensoñaciones.
            La fiesta está servida y siempre nos quedará ver lo que Pablo Manuel y los suyos han preparado cuidadosamente para el día siguiente: el corro de la patata rodeando el edificio, una invasión de bebés, la gallina turuleta. Es el nuevo parlamentarismo. No cabe duda que Podemos ha decidido amenizar el hemiciclo al modo dadaísta y surrealista, cuando Breton, Soupault y Tristan Tzara aparecían en el Cabaret Voltaire de Zurich, en 1918, con una maleta de la que salían decenas de globos con nombres de eminentes personalidades, y uno tras otro los iban pinchando entre las risas de los asistentes. ¡Qué tiempos! Que por ideas no quede, yo se las brindo gustoso. Y es que, la vida sin gracia, como ha demostrado el “Bigotes” en el juicio de la Gurtel, carece de interés. El problema es que para ironía y sarcasmo, ahí tenemos a Rajoy, que, como buen gallego no se arredra.
            Convertir, no obstante, el Parlamento en un circo conlleva sus riesgos, máxime cuando, más allá de la palabrería, del chascarrillo, de la pulla o del despliegue de ingenio, lo que realmente esperan los españoles, en su gran mayoría, después de casi un año de piruetas inanes, especialmente aquellos que se sienten seriamente amenazados por la escasez de trabajo, por los sueldos miserables, por ver peligrar sus pensiones, o por el incierto porvenir de España como nación, es que se busquen soluciones urgentes a sus problemas, que se haga justicia de una vez, que se haga política con mayúsculas, y eso es muy poco compatible con las gracietas y los numeritos.
            Montar la que montaron en la sesión de investidura ellos, acusando, con su desfachatez habitual y su habitual impunidad, a sus colegas parlamentarios de ser potenciales delincuentes,  y el PP, sacando la habitual cimitarra venezolana e iraní, no ha dejado de llamar la atención y es sólo un anuncio de lo que pueden llegar a convertirse las sesiones parlamentarias. Con ello, lo único que conseguirá Podemos es ralentizar cualquier salida a los problemas pendientes. Es evidente que están muy sobrados en teoría política y en estrategia revolucionaria, pero la práctica no parece importarles; lo suyo es el “vaya yo caliente y ríase la gentes”; pero ¿será ése el procedimiento ideal para sobrepasar a un, por el momento, destrozado PSOE, y superar el techo de los cinco millones de votos? Está por ver. Fuera de eso, sin embargo, lo que está la mar de claro es que el show está servido.
                            Juan Bravo Castillo. Lunes 31 de octubre de 2016

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