MUERTE DE UN HUMANISTA
Último superviviente de una
generación de intelectuales, juristas y literatos de hondo calado que tanto
dignificó aquel Albacete de los últimos años del franquismo, Ramón Bello Bañón
fallecía el pasado jueves tiñendo de luto la ciudad.
Humanista a lo Montaigne, quien
fuera alcalde de Burdeos, como Ramón Bello, salvando las distancias, lo fuera
de Albacete, forzoso es reconocer que nada le fue ajeno. Hombre de gran
prestigio en el mundo de la Abogacía, periodista, gran orador, con una dilatada
trayectoria política como alcalde en un momento particularmente difícil, entre
1974 y 1978, y como gobernador civil de Ciudad Real y Alicante, pero sobre todo
escritor, ávido lector y gran conversador.
Auténtico pozo de sabiduría, con una
inquietud por todo lo divino y humano, para Ramón, como para muchos de sus
compañeros de generación, la cultura no fue nunca un simple ornamento, como es
frecuente ver, sino parte consustancial de su personalidad. Amó, como pocas
personas he visto, a los clásicos, desde Dante a Balzac, desde Proust a
Stendhal, desde Galdós y Clarín a Cervantes, desde Flaubert a Borges y Pessoa.
Su biblioteca era su reducto sagrado y allí, rodeado de sus libros, era feliz
leyendo y releyendo, subrayando, extrayendo fragmentos que luego comentaba en
sus columnas periodísticas, y, sobre todo, soñando con la satisfacción que
habría sido para él enseñar literatura en la Universidad.
Sabía, como el añorado Baquero
Goyanes, extraer la esencia de los libros, y con qué satisfacción recorría, en
compañía de su esposa Librada, las ciudades como Florencia siguiendo los pasos
de Dante junto al Arno, los petits faits que
decía Stendhal, y que, como tantas veces me comentó, son lo esencial de la
literatura.
Lo sabía todo de Albacete, su
intrahistoria, miles de anécdotas sabrosas que más de una vez nos desveló al
doctor Julio Virseda y a mí en su despacho, momentos mágicos que recuerdo y
recordaré con verdadera nostalgia, aunque, como hombre prudente y circunspecto,
no solía prodigarse excepto en la intimidad. Conocedor del gran tesoro que
acumulaba en su alma, lo animé durante años, junto con su hijo Ramón, a escribir sus memorias para así dar
testimonio de su tiempo y de su fecunda vida; y al final nos cupo la
satisfacción de ver que, por fin, se atrevió a romper el velo. Fruto de aquel
esfuerzo es un muy hermoso libro, Los
caminos del tiempo, por el que discurre todo un mundo, toda una época, y
que ahí ha quedado, haciendo realidad un dicho que a menudo repito, y es que en
todo hombre hay un gran libro, siempre que sepa darle forma.
Lo que podrían haber hecho aquella
generación de la que formaba parte, la de los Matías Gotor, García Carbonell,
Gómez Picazo, José María Blanc, José S. Serna, Francisco del Campo Aguilar,
etc., si, como Antonio Martínez Sarrión o Antonio Beneyto, se hubieran decidido
a jugarse el todo por el todo y dedicarse a la literatura en exclusiva. De
cualquier modo, Ramón nos donó otro legado, el de su poesía, con bellos
poemarios como La vida sin paréntesis y
Los caminos del día, e infinidad de
poemas de circunstancias, una poesía de una enorme plasticidad, de un lirismo y
de una hondura sólo superadas por el citado Martínez Sarrión.
Hasta casi el día de su muerte, como
su admirado Francisco Umbral, Ramón Bello siguió brindando su magistral columna
semanal a sus lectores en La Tribuna de
Albacete. El articulista que el periódico elija para cubrir su hueco,
tendrá que hacer encaje de bolillos para emularlo. Descanse en paz el amigo y
el maestro.
Juan Bravo Castillo. Lunes, 24 de octubre de 2016
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