EL DRAMA DE NUESTRA JUVENTUD




            Hubo un tiempo en que el neologismo “nini” producía cierta gracia. Un chico o una chica que ni trabajaba ni estudiaba podía resultar incluso chusco. Hoy día, en cambio, ese término se ha constituido en una de las grandes amenazas del futuro de España. Que uno de cada cuatro jóvenes españoles, entre 15 y 29 años, ni estudie ni trabaje es como para echarse a temblar.
            Algo esencial ha fallado en estos últimos quince años en nuestro país. Siempre se alude a este respecto al alto porcentaje de chicos que, durante la burbuja inmobiliaria, dejaron los estudios para trabajar en las obras a cambio de un salario que a menudo sobrepasaba los dos mil euros mensuales. Una bicoca. No es de extrañar que muchos de sus antiguos compañeros de instituto, viéndolos “faldar” los domingos en un deportivo y tirando billetes, acabaran imitándolos por aquello del efecto contagio.
            Aquello fue lo que fue. Lo que ahora vemos sobrepasa con mucho dichas circunstancias y sólo puede explicarse por las tremendas cifras de nuestro fracaso escolar y por el no menos espectacular fiasco de los estamentos educativo y familiar, amén de la negligencia de los sucesivos gobiernos que sin duda esperaban que el mercado –sagrado término– se encargaría, como había ocurrido hasta entonces, de solucionar el problema. Bastaría con crear puestos de trabajos.
            La realidad, sin embargo, es tozuda y lo que vemos ahora aterra; no sólo por el lastre que supone tener de dos a tres millones de jóvenes mano sobre mano en un país en el que todo denota que el paro se ha convertido en algo crónico, sino también por cuanto de peso moral y de fracaso absoluto conlleva esta rémora social.
            Dice el refrán que la ociosidad es la madre de todos los vicios, y dice bien. La gracieta del “nini” acabó ya hace tiempo y lo que queda es una generación perdida y malograda, una más, convertida en un caldo de cultivo de males múltiples: pasotismo, alcoholismo, delincuencia, vagancia sí, pero también desaliento y frustración al comprobar lo poco o nada que la vida te ofrece por culpa de tu incapacidad de encontrar el camino adecuado, la senda del éxito o, al menos, la forma de ir tirando.
            Urge, pues, adoptar medidas eficaces contra esta estampa de fracaso de millones de seres que bien podrían ser nuestros hijos, y que en vez de estar trabajando y cotizando para sostener el sistema, naufragan viendo pasar los días de claro en claro, que diría Cervantes. Hay que concienciar a los partidos y a los gobernantes en estos momentos en que el tema del secesionismo catalán lo invade todo, de que estamos ante un problema de enorme envergadura, un problema de importancia capital. De nada nos vale decir que países como Italia, Grecia y Turquía superan nuestras elevadas cifras. Hay que mirarse en el espejo de otros países más punteros como Dinamarca, Francia, Bélgica, Estados Unidos o Finlandia. Cosa que me consta que partidos como Ciudadanos están haciendo. Sólo cogiendo e imitando lo mejor de los países de nuestro entorno podremos salir de esta profunda crisis que vivimos, crisis que, más que económica y financiera, es, me atrevería a decir, moral e intelectual, atizada desde determinados medios de comunicación, en especial televisivos, que se dedican a embrutecer y adormecer los instintos de una forma sistemática. Conviene que profundicemos en esto en vez de lamentarnos con fórmulas huecas y caducas. Veremos.

                      Juan Bravo Castillo, lunes 30 de noviembre de 2015  

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