ANQUILOSAMIENTO UNIVERSITARIO

 


            Con motivo de las próximas elecciones universitarias se ha generado un debate que ha trascendido a la prensa. Si debatir es siempre oportuno, ahora lo es más que nunca. Cuando ya se han cumplido 30 años de su fundación, es hora de hacer examen de conciencia de lo hecho y de lo que nos queda por hacer. Tras el impulso de su creación, andamos sumidos en la molicie y consideramos los errores como algo fatídico. El consuelo vacuo puede servir en otros ámbitos, no en el universitario.
            Los medios de comunicación hablan de datos, ofrecidos por la propia universidad, que podemos considerar como alarmantes. De los gloriosos treinta mil alumnos, ahora estamos en los veintitrés mil. ¡La natalidad!, aducen los rectores universitarios. Pero, salvo una catástrofe desconocida, el descenso de matrícula universitaria y el descenso de natalidad no son coincidentes. Entonces, ¿a qué se debe? ¿Tiene en ello alguna responsabilidad las decisiones de política universitaria? Se dice que gran parte de los alumnos, hasta el 60%, que cursan la PAEG en Castilla-La Mancha se marchan a estudiar fuera. Si eso es así, que lo parece, deberíamos asumir que nuestra política universitaria no es la correcta.
            Aquella feliz idea de hacer campus especializados, ha terminado siendo café para todos. Lo que en un principio se pensó como una política regional, ha terminado decantándose en unos comportamientos cortoplacistas donde cada provincia quiere el máximo de titulaciones, sin importar qué conviene a la región en su conjunto. Todo ello sin que el rectorado, en su función de metrópoli, haya cuidado que las colonias de los campus colaboren con un sentido armónico al conjunto. Quizás todo provenga de aquel pecado original de que fuese un vicepresidente de la Junta y factótum de la universidad el que confundiese su legítimo amor a su ciudad con el bien común. La centralidad genera tendencias centrípetas, pero no deben ser hasta el punto de que esta macrocefalia provoque el desplome de todo el cuerpo  universitario. Todo lo que es bueno para los campus lo es para el rectorado, sin que necesariamente sea bueno lo contrario.
            Parece ridículo, con estos juveniles treinta años, que ya nos estemos planteando errores de bulto. Pero el mero hecho de mencionarlos parece tabú en la comunidad universitaria. Estamos dejando en papel mojado nuestros gloriosos estatutos donde hablamos de inteligencia, capacidad crítica, calidad de la docencia e investigación. Ante cualquier mención de discordancia, de mera opinión diferente, sientes como un vacío, un silencio ominoso, cuando no el terrible “y de lo mío, qué”.
            No, no es ésta la universidad que yo, y tantos otros, soñamos. La huida de alumnos, nuestra razón de existir, es un síntoma funesto. Esta narcolepsia intelectual que nos afecta, donde no sabemos ni por qué se nos da, ni por qué se nos quita, hace que las relaciones personales sean la fuente de nuestra mejora.
            Pero, estando ya cercano mi final universitario, estando mis intereses colmados, me siento en la obligación de decir que aún estamos a tiempo. Somos muchos los que queremos ayudar, mucha la inteligencia disponible. La institución, como diría Benedetti, está en ese punto que aúna vitalidad y experiencia donde es posible corregir ese rumbo. En estos tiempos de turbación, toda crítica debe ser considerada una oportunidad de mejora; y que sea el halago el que se ponga bajo sospecha. Que ni Castilla-La Mancha, a la que servimos, pueda sentirse defraudada, ni nosotros mismos, como comunidad universitaria, tengamos ningún reproche que hacernos. “Luz, más luz”, que dijo Goethe. 
 
                                 Juan Bravo Castillo. Lunes, 16 de noviembre de 2015

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