UN NUEVO HOLOCAUSTO
Una
vez más, en este verano sangriento, asistimos, entre espantados y atónitos, al
terrible espectáculo de la muerte, perfectamente urdido por los halcones
judíos, acostumbrados a masacrar palestinos en operaciones pomposamente
bautizadas –en 2009, operación Plomo
fundido, este año, Margen Protector–,
como si se tratara de una clásica operación bélica, cuando de lo que realmente
se trata es de masacrar al enemigo a bajísimo coste: hasta este momento 53
soldados israelíes por 1.300 palestinos muertos, 7.000 heridos, sin contar los
estragos de todo tipo perpetrados en la Franja de Gaza. Con la particularidad de que la
gran mayoría de las víctimas de estos aguerridos miembros del “pueblo elegido”
son criaturas inocentes, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, una perfecta
carnicería; porque como podemos ver a diario, no se arredran a la hora de
reventar hospitales de la ONU
y demás edificios protegidos por la ley internacional, con la miserable excusa
que allí se ocultan terroristas de Hamás.
Y,
ante esta ignominia, uno se pregunta: ¿Cómo es posible que un pueblo tan
brutalmente perseguido en todos los tiempos, pero especialmente en la segunda
guerra mundial, con la saña con que lo hicieron los nazis, incurra ahora en
idéntico error, poniendo en práctica, a su vez, un ejercicio de brutalidad que
escandaliza y aterra a diario, incluso a los defensores de su causa? ¿Cómo es
posible ese desprecio y ese odio hacia un pueblo al que se considera netamente
inferior y al que, año a año y día a día, se va privando de espacio y medios de
subsistencia hasta acabar arrojando al mar, si Alá no lo impide? ¿Cómo es
posible que este pueblo hebreo, convencido de ser el “pueblo elegido” por
Jehová, se arrogue el derecho inalienable de considerar que la tierra en torno
a Jerusalén es suya porque se la otorgó Dios hace tres mil años, y punto?
El
polvorín que actualmente es el mundo musulmán tiene su núcleo en Palestina y
cada vez que allí se produce el correspondiente holocausto, algo retumba por todo
Oriente Medio y el norte de África. Los israelitas están convencidos de que con
un buen ejército se puede mantener a raya a todo el Islam, pero también creía
algo parecido el presidente Bush hasta 2001 en que vio hasta dónde es capaz de
llegar el fanatismo, con escasísimos medios pero con la fe del camicace. No se
puede exterminar a cañonazos y a base de misiles a un pueblo entero con la
impunidad del que practica la barbarie con patente de corso. Es como si España
hubiera combatido a ETA reventado barriadas enteras de pueblos vascos con la
excusa de que allí anidaban grupos de terroristas.
Pero
lo peor no es esta barbarie de los hijos de Jehová, tan acostumbrados a mostrar
al mundo entero sus llagas y padecimientos; aquí, como en tantos casos, lo
inaudito es el comportamiento de la comunidad internacional, que supera toda la
bajeza, la hipocresía y el cinismo más inimaginables, empezando por la del
“todopoderoso” presidente Obama, en cuyo hogar, al parecer se llora cada vez
que las cámaras muestran los cuerpos mutilados de niñas y niños asesinados, en
tanto que él permanece con las manos atadas, demostrando al mundo entero lo que
hace tiempo que todos presentimos: que el poder, el verdadero poder, en modo
alguno lo ostentan los que parecen tenerlo, sino los lobbies y mafias que
mueven los hilos del poder. Dejemos, pues, que la bestia parda siga haciendo
estragos. El problema es que, con mucho menos se provocó la primera guerra
mundial.
Juan Bravo
Castillo. Domingo, 3 de agosto de 2014
Comentarios
Publicar un comentario