HACIA EL FINAL DEL CRÉDITO



            Somos ya demasiados los que pensamos que hay suficientes motivos para dar un fuerte golpe de timón a la situación española actual. Por más que se nos diga y se nos reitere lo contrario, las cosas van rematadamente mal y los brotes verdes se agostaron hace ya mucho tiempo.
            Se nos había dicho, primero, que con la llegada del Partido Popular al poder todo iba a cambiar. El dinero iba a dejar de huir a los paraísos fiscales y el crédito iba a fluir. Mentira. Después se nos ha ido imponiendo plazos: el segundo semestre del pasado año, el tercer trimestre de este año, el último, y así sucesivamente. Ahora ya todo se relega al año próximo. Igual, igual que la salchicha que se le pone al perro. La realidad es que ya casi la mitad de lo recaudado se utiliza para pagar la deuda. Hemos llegado a un punto de debilidad en que se resfría Chipre, Italia no logra formar gobierno, y los platos rotos los pagamos los mismos, mientras Alemania y Holanda engordan a costa del sur, como lo hicieron en los tiempos de los Austrias con el oro y la plata que venían de América.
            La impresión es de que hemos hecho un pan con unas tortas; que estamos atrapados en el invento del euro, que tan buen resultados nos dio tiempo atrás; que la Unión Europea nos está espetando un durísimo castigo sin propósito de enmienda y dejándonos cada vez menos alternativas. Ver la impudicia con que se están llevando a lo más granado de nuestra juventud que a costa de tan tremendos esfuerzos logramos formar, es simplemente aberrante, y si al fin y al cabo a estos ingenieros y doctores con dos o tres másters a sus espaldas los pagaran con generosidad y justicia. Pero quiá.
            El señor Rajoy, honestamente, ha de reconocer la amarga verdad a su pueblo; que ya no es posible seguir tirando de la salchicha; que es absolutamente imposible esperar por las buenas que escampe y cambie el signo de los tiempos; que hoy por hoy no hay esperanza de que el statu quo se modifique y aquí se empiece a crear trabajo.
            Humildemente ha de reconocer que el milagro de los panes y los peces que presagiaba no se ha producido y que él y su equipo han fracasado estrepitosamente con sus medidas, con su bochornosa reforma laboral, con sus planes de futuro. Eso, además del pueblo, lo sabe perfectamente el rey, pese a sus graves problemas físicos y morales; como también sabe que estamos ante una situación de emergencia, por no decir sin salida, y que a situaciones tan dramáticas e incluso tan trágicas, se precisan grandes remedios, medidas urgentes, cirugía de choque.
            Y ante tan excepcional situación, lo único que se puede hacer, con el apoyo de la ciudadanía, es propiciar un Gobierno de unidad, un Gobierno nacional, antes del verano –pensemos que los cinco millones de parados en la República de Weimar, a mediados de los años 20 del pasado siglo, provocaron el surgimiento del nazismo, cosa que debería saber la señora Merkel–, un Gobierno de concentración formado por gente preparada, comprometida, seria y con garantías y espíritu de sacrificio: representantes de todos los partidos con capacidad de gestión, representantes de las grandes centrales sindicales, de la patronal, de las pequeñas empresas, de la banca –gente, por supuesto seria y cabal.
            Un Gobierno efectivo y comprometido hasta la médula con la situación, que fuera capaz de establecer lazos urgentes con Italia y Francia para presionar y hacer un frente común contra el inmovilismo de Alemania, y decir hasta aquí hemos llegado. Esperar el milagro de las elecciones germanas en el otoño de este año es otra quimera más a la que en vano se agarra Rajoy. En la vida hay que saber reconocer que se ha  errado y rectificar antes de chocar con el iceberg.

                                             Juan Bravo Castillo. Domingo, 31 de marzo de 2013

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