¿ELECCIONES YA?

                    
            

           Para lo que estamos viendo, sí. Gobernar con el apoyo de un dogal, aparentemente amaestrado, y una caterva de chantajistas que pasan olímpicamente de la idea de España, y enfrente a dos caballeros, por decirlo de alguna manera, encantados de haberse conocido, que acostumbran envolverse a diario con la bandera española, pero que lo único que les importa es el poder por el poder, es para pensárselo.
            Hace tiempo dije, y ahora lo repito, que no le arriendo la ganancia a Pedro Sánchez. Aceptar de facto que Iglesias vaya a entrevistarse con Junqueras en la prisión de Lledoners el pasado viernes tiene bemoles. Por muy “legal” que pueda ser el líder de E.R.C., sabe perfectamente que todo el apoyo que le ha dado y el que espera que le dé no es sino a cambio de salir a la calle él y sus colegas, a eso lo llama Junqueras hacer movimientos, tener gestos o como quiera que sea. O sea, instar a Sánchez a inmiscuirse en el entorno judicial, lo que supondría un auténtico escándalo, tanto o mayor que el que se acaba de producir hoy mismo con el asunto de las hipotecas bancarias.
            Jugar con el independentismo catalán en situación de inferioridad, sólo le puede acarrear disgusto serios y pérdida de votos, tanto como las subidas de impuestos, en su mayoría a la clase media, como es el caso de la anunciada subida al gasoil, para conseguir esos cinco o seis mil millones que necesita para hacer una política más social con los de abajo. Tanto más cuanto que Rivera y Casado no están dispuestos a reparar en medios con el fin de desacreditarlo incluso en Bruselas con los socios comunitarios, en especial con Angela Merkel. 
            ¿Por qué no devolverles la moneda con creces diciendo bien a las claras lo que la clase trabajadora puede esperar de llegar al poder cualquiera de los dos? Echarse las manos a la cabeza porque se pretende subir el salario base a 900 euros –cosa que tendría que ser un empeño común o incluso un pacto de todos en vista de lo tremendamente difícil que se ha puesto la vida para los asalariados– es para sonreír. ¿Qué pretenden, seguir generando puestos de trabajo a precio de miseria? ¿Carne de cañón para empresarios sin conciencia? ¿Éste es el futuro de la derecha española, seguir apretando las clavijas al obrero para seguir favoreciendo al de siempre? ¿Seguir practicando la “ley de la bosta”, es decir, darle grano a manos llenas al empresario para que de ese modo evacúe mucho y los pajarillos puedan picotear en sus excrementos? ¿Por qué, en vez de oponerse a tan elemental medida, no proponen reducir sueldos y prebendas a la clase política de la que ellos forman parte? 
             Entre unas cosas y otras estamos en un callejón sin salida, rodeados de chantajistas y agoreros, con un pueblo desalentado y desesperanzado; un pueblo que prácticamente ha perdido la fe en las instituciones del Estado: el rey, la justicia, la clase política,  los valores elementales, por no hablar de la religión. Regenerar el mundo exige grandes dosis de inteligencia y lealtad. Por no hablar de valor. Parece esencial proponer un gran proyecto común, un proyecto integrador; seguir con el trapicheo de votos, gobernando en base a las encuestas, agostará la poca ilusión que le queda a la ciudadanía. Hoy más que nunca se exige hablar claro y dejar el compadreo como el que se traían Rivera y Casado, con sus respectivas esposas, el 12 de octubre en la Castellana, satisfechos, radiantes, tapándose la boca como si hubieran estado discutiendo asuntos trascendentales, dispuestos a hacer la pinza al mismísimo Diablo. Sólo un político decidido y honesto a carta cabal, dispuesto a gobernar por encima de los dictámenes de Bruselas, será aceptado en masa por el pueblo como lo fue Felipe González en su día. Para eso, claro, hace falta jugársela y convocar elecciones. 

                      Domingo, 21 de octubre de 2018.  Juan Bravo Castillo 

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