EL ÁNGEL DEL MAL


            El mundo es capaz de dar lo mejor y lo peor. Por algo decía Baudelaire que hay en el ser humano dos postulaciones, una hacia Dios y otra hacia Satanás. El santo y el diablo conviven en la tierra, en nuestra propia sociedad, aquí mismo, incluso a veces en la misma persona, como ocurre en Jekyll y Hyde. 
        Decía el pasado martes la fiscal Rocío Rojo sobre Patrick Nogueira, en el juicio a que está siendo sometido este último en la Audiencia Provincial de Guadalajara por el crimen perpetrado, en agosto de 2016, en Pioz, que “estamos ante uno de los crímenes más espeluznantes, horribles y terribles que yo he conocido en mi trayectoria profesional y que se han cometido en España”. Nada que objetar salvo un ligero matiz de inquina innecesario en alguien a quien la sociedad otorga tan relevante papel como el suyo. Que Patrick Nogueira es un asesino abominable –creo que no hace falta repetir los cuatro asesinatos que perpetró y lo que hizo después descuartizando a las dos criaturas de uno y cuatro años y a sus padres, todos ellos familiares suyos– es algo incuestionable, pero si todo fuera tan simple, no haría falta juicio alguno ni nada que se le pareciera. La sociedad tiene que preservarse de semejantes alimañas y por eso no le queda más remedio que recluirlas a perpetuidad. Tan sencillo como eso.
      Pero, ¿y si no fuera así? El papel de Bárbara Royo, abogada defensora, una mujer muy experimentada, aludiendo a posibles daños cerebrales, trata de poner el dedo en la llaga, con el fin de introducir algún eximente en tan execrable crimen.  No puede hacer otra cosa. Crímenes como el de Chapman asesinando a John Lennon en Nueva York para pasar a la posteridad por tan abominable acto, tienen su explicación. Pero lo de Nogueira, como lo del asesino de la catana, excede nuestra pobre comprensión. Siempre, en estos casos, se habla de celos, de motivaciones ocultas. Pero los prejuicios son inevitables, además, como decía, la sociedad se tiene que defender, y nadie tiene la culpa de que la medicina actual, en materia cerebral, esté en la Edad Media, por no decir en la Prehistoria. 
        Es posible que llegue un día en que estemos, nosotros o nuestros hijos, en disposición de entender por qué, al igual que de la bosta nace una hermosa flor y, junto a ella, una seta venenosa, en la sociedad nace junto a un ser entrañable y justo una alimaña capaz de arrasar lo que le sale al paso, como Atila o como Hitler, o como este Patrick Nogueira, que llegó en su maldad a narrar con su móvil a un amigo en Brasil todos los pormenores de su macabro asesinato y posterior descuartizamiento. Y hasta es posible que, del mismo modo, lleguemos a saber qué efectos han podido desempeñar esas circunstancias a las que aludía Ortega en tan penosa deriva.
          Mientras tanto, conviene reflexionar y hacerse preguntas trascendentales, no sólo sobre la genética del ser humano, sino también sobre esta sociedad sin alma, fría y desquiciada capaz de generar a estos ángeles del mal, de la misma forma que un cuerpo aparentemente sano y hermoso genera un día una célula maligna que contagia a las demás y se convierte en un cáncer que, si no se le pone remedio, acaba en poco tiempo con la vida del ser que lo ha gestado.
        Individuos como Patrick Nogueira, que sabe que por muchos subterfugios y excusas que presente, no tiene salvación, son más dignos de lástima que de odio, y más que aislarlos para evitar que sigan matando, convendría hacer de ellos objetos de estudio profundo, porque es posible que al final nos lleváramos más de una sorpresa. Lo explica con todo lujo de detalles mi amigo Jorge Laborda, colaborador de La Tribuna, en su novela “Circunstancias encadenadas”. El caso de Nogueira se asemeja como dos gotas de agua al del protagonista de su libro.

                       Domingo, 28 de octubre de 2018.   Juan Bravo Castillo    

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