LA GUERRA DE LOS MÁSTERS


            El encanallamiento al que está llegando la clase política en España no tiene precedentes. El todo vale se impone por momentos, y cualquier cosa es buena para dejar K.O. a tu contrincante. El fuego amigo, incluso, surge por doquier, y aquello del “cuerpo a tierra, que vienen los nuestros” parece hoy más presente que nunca en las lídes políticas.
            En tiempos de Suárez, los navajazos estaban a la orden del día, como siempre ha ocurrido en política; pero incluso entre Fraga, Carrillo y Felipe González, había un fair play, un respeto a las reglas, un decoro que por momentos parece difuminarse del escenario político, actual, por no hablar de un cinismo fuera de lo normal.
            La lucha a muerte que hemos presenciado esta última semana con la caída estrepitosa de la ministra de Sanidad, la socialista Carmen Montón, víctima de otro máster, y el acoso al presidente Pedro Sánchez, acusándolo de plagiador, como si de un alumno que hubiera sido pillado copiando en un examen, exige una seria reflexión.
            No cabe duda que muchos políticos actuales cayeron en la tentación de intentar matar dos pájaros de un tiro, haciendo política y haciendo currículum por si acaso. Pero a nadie con dos dedos de frente se le oculta que o haces una cosa, o  haces la otra. Tuve la ocasión, en mi universidad, de conocer a políticos de alto rango que “dirigían” un grupo de investigación en la que unos pobres diablos trabajaban como negros y luego, en la correspondiente publicación, era el político el que figuraba en cabeza. Aquello fue un vicio muy extendido que, como director del servicio de publicaciones de la UCLM, tuve ocasión de comprobar, y sufrir, en toda su extensión. Vinieron después otros pobres diablos que, aprovechando la alta politización de la universidad, y el hecho de que estuvieran los suyos en el poder y la complacencia de determinados catedráticos, hicieron lo que estamos viendo. El resultado ha sido dramático, sobre todo a partir del momento en que se han tomado esos trabajos como arma arrojadiza, e incluso como boomerangs.
            La corrupción, como vemos, lo ha invadido todo, incluso lo más sagrado, incluso el templo del saber, tan delicado. La jeta de las señoras Cifuentes, Montón y otras y otros menos conocidos, han dañado a la institución académica de tal modo que tendrán que pasar años para que la palabra máster, o incluso tesis, no provoquen la sonrisa irónica del personal. Por eso si, para subsanar tanta desidia, hace falta llegar a fondo, que se llegue, que paguen tanto los que han prevaricado a cambio de prebendas, como los que se han aprovechado de la situación vilmente. Y si, para subsanar tanta desidia, los señores Casado y Rivera tienen que sacar a la luz los méritos que aducen en sus respectivos currícula, como lo ha hecho Pedro Sánchez, que lo hagan, pero ya, sin esperar más, sin dilatar las cosas, aprovechándose, en el primer caso, de su aforamiento y de la lentitud de la Justicia, y en el segundo, de su destreza a la hora de retocar la exposición de sus méritos académicos. Que no se olviden del destrozo que los dirigentes revolucionarios organizaron en la época de la Revolución francesa, mandándose los unos a los otros a la guillotina hasta que cayó el propio Robespierre. El daño que estos sujetos le han hecho a la imagen de España, tan deteriorada de por sí, en el mundo, a la Universidad y a los miles de alumnos decentes que se dejan la piel estudiando y aprendiendo, y de paso pagando religiosamente las matrículas, ha de hallar una respuesta contundente, y no menor los medios de comunicación que, alegremente y sin el correspondiente cotejo, se dedican a quebrantar el honor de las personas por motivos puramente ideológicos, cuando no vengativos. Insisto: no todo vale en la vida. 

            Juan Bravo Castillo.   Domingo, 16 de septiembre de 2018    

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