EL DEMONIO DE LA VELOCIDAD


            Nunca habíamos ido tan rápido a ninguna parte. La velocidad mata. Los cementerios están repletos de gentes –jóvenes en su gran mayoría– que tenían mucha prisa; prisa por ver a la novia, por llegar a la playa; por llegar a su casa, sentarse y tomar una cerveza, o simplemente por sentir el deleite de ser el más rápido como Liberty Valance, o incluso por llegar al próximo restaurante a tomar un café. 
           El efecto “puntos”, que en su día resultó altamente positivo, reduciendo drásticamente aquellos aterradores números de fallecidos de los años ochenta del pasado siglo, hoy, entre unas cosas y otras, se está quedando en nada. Entre la velocidad, las distracciones al volante y la descarada utilización del móvil, por no hablar de los que no utilizan el cinturón porque el coche es mío y hago con él lo que me da la gana, el número de accidentes mortales aumenta sin cesar, con lo que ello conlleva de riego para los que sí cumplen taxativamente las reglas de la conducción.
        Ya hablan los responsables de tráfico de tomar medidas –siempre lo mismo: en vez de adelantarse a los acontecimientos, ir a remolque–, entre ellas, sancionar más duramente a los conductores que no saben pasar del móvil ni siquiera cuando conducen, pero también se habla de reducir todavía más los límites de velocidad. Y yo, humildemente, me digo, ¿rebajarla? ¿No sería más oportuno velar porque se cumplan los límites impuestos? 
            Hace quince días tuve que cruzar la bahía de Cádiz al anochecer y les puedo asegurar que pasé más miedo que viendo las películas Ibáñez Serrador: aquello era un horror: te pasaban como flechas por ambos lados; ni un segundo de espiro. Por un momento me acordé de la terrible experiencia que suponía volver de Madrid a Albacete de noche en los años setenta, por aquella carretera de Ocaña maldita, de tal modo que cuando llegabas a casa rezabas un padrenuestro dando gracias a Dios por haber llegado sano y salvo, todavía con el tembleque en el cuerpo.  
           ¿Cuántos respetan en las autovías los límites establecidos? Hagan la prueba yendo de Albacete a Madrid manteniendo estrictamente los límites establecidos. Uno tras otro te pasan como meteoros, algunos superando los 180 por hora. Incluso algún que otro camión te adelanta. Más del cincuenta por ciento se ríen de los límites de 120. Y uno se dice: a estos tíos les va a salir caro el viaje, porque no los libra ni la Macarena. Pero, después, uno se dice: bah, seguro que me equivoco, porque si fuera así procurarían andar con  más cuidado. 
            No me cabe la menor duda de que la mayor parte de esos que se creen estar en Alemania, o llevan detectores de radar, o llevan inhibidores o demás instrumentos, todos ellos prohibidos y, en teoría, duramente sancionados, pero, eso sí, en teoría.
            Somos un pueblo, como Italia y Portugal, terriblemente anárquico e irresponsable a la hora de coger un vehículo,  en el que te sientes el rey del mundo y en él haces lo que te da la puñetera gana. Un pueblo en el que incluso tienen que salir a la carretera los pobres lesionados medulares para advertirnos. Ya ni siquiera nos intimida que nos toquen el bolsillo; lo importante es ser más rápido que el otro. Y, para colmo, tenemos las típicas trampas en las autovías, los continuos pases de 100 a 120 y de 120 a 100, lo que obliga a un plus de atención. En resumen, una auténtica ordalía. Entre todos estamos haciendo de las autovías un auténtico martirio, generador de stress, en especial en las cercanías de las grandes ciudades. ¿Para cuándo las supresiones indefinidas de carnets? Por no hablar de la utilización de eslóganes bombardeando las conciencias, como por ejemplo, “tu prisa y tu inconsciencia no pueden acarrear la muerte de mi hijo”. 

                      Juan Bravo Castillo. Domingo, 30 de septiembre de 2018

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