¿HACIA DÓNDE VA CASTILLA-LA MANCHA?
Los
que durante algún tiempo creímos en el Estado de las Autonomías, tal y como se
planificó en su momento, hemos tenido ocasión de ver, a lo largo de estos años,
en especial a partir de 2000, de qué forma el proyecto inicial, convincente de
por sí, se ha ido tergiversando hasta convertirse en lo que en la actualidad es:
auténticos reinos de taifas muy próximos a lo que fueran en su acepción musulmana medieval.
Una
planificación política que pretendía limar poco a poco las desigualdades
regionales generadas por la Historia, y en especial por la peculiar política de
la dictadura franquista, hasta conseguir una España más justa y más
equilibrada, ha terminado convirtiéndose en un charco de ranas en el que cada
cual tira para sí y las desigualdades se acrecientan año a año. Lo que iban a
ser dos o tres velocidades, son ahora más de una docena, y aquí, como dicen los
franceses, impera ya a sus anchas el “chacun pour soi et Dieu pour tous”.
¿Por
qué el presidente catalán percibe unos emolumentos de 150.000 euros
anuales, y el nuestro sólo algo más de un tercio? ¿Por qué los presidentes de
Cataluña, Madrid, País Vasco y Aragón cobran más que el Presidente del Gobierno?
¿A cuento de qué este desmadre de sueldos, salarios y denominaciones? Y, dicho
sea de paso, ¿por qué, para distinguir a los presidentes regionales no se
utilizará, para no confundirlos con el inquilino de la Moncloa, el término,
“regidor”, “prefecto”, o “representante del gobierno central”. ¿Por qué un
castellano-manchego tiene en sus bolsillos 500 euros menos que los habitantes
de las demás regiones, y los pensionistas perciben 100 euros menos que los
demás? España, dicen que crece, pero nosotros nos arrugamos. ¡Qué pronto se
olvidan las viejas ideas y los viejos compromisos!
Pero
si todo eso es, ya de por sí, grave; lo que constituye un agravio sin
paliativos es el tema del agua, fundamental para el crecimiento en todos los
sentidos. Cuando hace treinta años hacíamos el recorrido Albacete-Murcia el
paisaje no tenía nada de particular: la desnuda llanura manchega, los valles
feraces de Tobarra y de Hellín, los montes cubiertos de esparto hasta Cieza, y
después, alguna que otra huerta surgida como oasis en esa tierra desértica hasta Murcia. Hoy, sin
embargo, el milagro de los panes y los peces se ha producido, de tal modo que
el antiguo desierto con sus ramblas se ha convertido en espléndido vergel de
árboles frutales, con sus balsas rebosantes, hasta juntarse con la feraz huerta
murciana, y siguiendo por el sur hasta Lorca. Un jardín semejante a la huerta
leridana o a la de Mérida, con la particularidad de que, en tanto estas últimos
se riegan con sus propias aguas, lo de Murcia es un autentico expolio
consentido por el gobierno central en función del peso específico de esa región
uniprovincial, de la que Albacete jamás debería haberse separado.
Enterarnos
como acabamos de enterarnos de que determinados núcleos urbanos aledaños a los
pantanos de Entrepeñas y Buendía, como Chillerón del Rey, y urbanizaciones de
Trillo (Guadalajara) y Huete (Cuenca) llevan casi un mes bebiendo el agua de
las cisternas de la Diputación, mientras los trasvases se suceden uno tras otro
hacia Murcia y Valencia, hace que terminemos de perder la poca fe que nos
quedaba en la justicia. Y lo peor es que la insaciable y pantagruélica sed de
murcianos y valencianos les haga caer en quiméricos y faraónicos proyectos como
el de meterle mano al Duero para rellenar el trasvase Tajo-Segura, el de volver
a “pinchar” el Tajo a la altura de Toledo o en las cercanías de Talavera, sin
olvidar la gran asignatura pendiente del trasvase del Ebro hacia Valencia. Y
por aquí, la España vacía, con pueblos fantasmas y el olvido campando por sus respetos.
¿Hasta cuándo?
Juan Bravo
Castillo. Domingo, 2 de septiembre de 2018
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