OTRA SEMANA NEGRA
Dicen
que la noche del pasado jueves la sede del Partido Popular de la calle Génova
de Madrid parecía un funeral. Me lo creo, porque, como simple ciudadano español
ajeno a la política, yo, después de ver el telediario de Pedro Piqueras, sentí
náuseas de oír el caos en que entre unos y otros han metido a este país;
náuseas que no hicieron sino duplicarse al ver al día siguiente el tratamiento
que la prensa extranjera nos dispensaba. Ahora que el historiador Alfredo Alvar
Ezquerra acaba de publicar “Felipe IV, El Grande” tratando de edulcorar la
figura de este rey, el penúltimo de los Austrias, responsable, junto al Conde
Duque de Olivares, del desastre de España, miro a Rajoy, y me aterro al advertir
que la Historia, para nuestra desgracia, puede repetirse, con esa traición que,
entonces como ahora, Cataluña perpetró contra España.
Como
Alemania en 1944, Rajoy, especializado en dejar que los problemas se pudran y
se resuelvan solos, se ve asediado por doquier, y, como la Alemania nazi, en
todos los frentes retrocede. Retrocede ante al asedio catalán independentista,
perfectamente urdido, con un Puigdemont que a diario se mofa del Estado, por no
hablar de su sosias en la Generalitat. No se puede aplicar peor el artículo
155. Todo se vuelve contra él por incapacidad manifiesta. Retrocede en el
asunto de la corrupción con el fallo de la Gürtel, que no ha dejado títere con
cabeza después de nueve años de lentísima espera; fallo ejemplarizante (ya
veremos a la hora de la verdad en qué queda), que deja perfectamente al
descubierto la compleja maquinaria utilizada durante tres o cuatro décadas por
el Partido Popular para financiarse fraudulentamente. Y, por si faltaba algo,
saltaba el asunto Zaplana, ex presidente de la Comunidad Valenciana, ex
ministro de Aznar, y a quien la UCO estuvo esperando largos años hasta pillarlo
con el carrito de los helados. Y aquí, como cuando paseamos por un camposanto,
sólo cabe preguntarse: ¿Quién será el próximo, Señor, y cuándo? Y lo más
trágico es que en este caso, como en otros que andan por la mente de todos, a
nadie le ha extrañado que cayera, porque él mismo dijo a lo que iba cuando
entró en política.
Acosado,
pues, por el Este y por el Oeste, viéndose a diario superado en las encuestas
por el “chiquilicuatro” de Rivera (ya conocemos la arrogancia del personaje),
herido en lo más hondo de sí, no ha dudado en ponerse en los brazos del PNV
(traidor donde los haya) con tal de sacar adelante unos presupuestos en los que
le va la vida, a cambio de dinero de todos los españoles y de unas difusas
promesas sobre la nacionalidad vasca que pueden resultar trágicas para nuestro
país, amenazado por doquier por los antaño nacionalistas y hoy declaradamente
independentistas que de momento se conforman con mordisquear hasta que llegue
el momento del ataque final.
Y
así vive el gallego, aferrado a su pendón, dispuesto a afrontar la moción de
censura de Pedro Sánchez, o la que insinúa Rivera, a costa de lo que sea,
confiando en su 20 % de fieles (éstos son mis poderes, que decía José María Gil
Robles), sin proyecto, sin ilusión, practicando el viejo dicho de “laña echá,
peseta al bote”, esperando, eso sí,
igual que su amada Fátima Bañez, el milagro de la Virgen de Lourdes, o el de
una primavera que le vuelva a situar en esa cúspide a la que se cree con
derecho como fautor del milagro económico del que tanto hace alarde. No ver el
desastre al que nos aboca puede resultar trágico para todos, pero no hay mayor
error que creerse imprescindible y a fe que este hombre ha sufrido también,
como sus antecesores, el síndrome de la Moncloa.
Juan Bravo Castillo. Domingo,
27 de mayo de 2018
Comentarios
Publicar un comentario