OTRA MASACRE ¿Y VAN…?
Consternados
una vez más, miramos con verdadero estupor la nueva masacre perpetrada por el
Estado de Israel, el pasado lunes 14 de mayo, en Gaza. Una vez más, piedras
contra sofisticados fusiles automáticos que cada vez originan mayores estragos
en los cuerpos mutilados de los palestinos a cuyo dolor no podemos menos que
sumarnos los hombres de buena voluntad que consideramos que, por encima de
todo, ha de estar la dignidad.
Leo
en “El orden del día”, de Éric Vuillard, premio Goncourt del pasado año: “Y
tanto da que Helene Kuhner – funcionaria de 69 años que se suicidó la mañana
del 12 de marzo de 1938, cuando Hitler y sus secuaces entraron en Viena– viera
o no viera, entre la multitud vociferante, a los judíos en cuclillas, a cuatro
patas, obligados a limpiar aceras ante la mirada divertida de los viandantes.
Tanto da que hubiera presenciado o no aquellas abyectas escenas en las que les
obligaban a comerse la hierba”. E inmediatamente pongo en relación esta escena
–una de los cientos de millones con que la propaganda judía nos viene recordando
desde tiempos inmemoriales, por tierra, mar y aire, en cine, literatura y
ensayo, el holocausto y los campos de exterminio de Buchenwald, Flossenbürg,
Ravensbrück, Sachsenhaussen, Auschwitz, Treblinka, etc.– con las terribles
imágenes de los dos mil palestinos heridos y los sesenta muertos, entre ellos
una niña de ocho meses, que han divulgado las televisiones del mundo entero, y
les juro que no sé qué pensar.
¿Cuánto
vale la vida de un judío y cuánto la de un palestino? Evidentemente la Historia
no sólo se repite, sino que también se invierte. Los nazis asesinaban a diez o
veinticinco por uno; los judíos a sesenta por uno. Esto, reconozcámoslo, es una
locura sin fin. Netanyahu, una vez perpetrado su escarmiento, pone en marcha,
en colaboración estrecha con ese incalificable Trump dispuesto a liarla antes
del final de su mandato, su imponente maquinaria propagandista, tipo Goebbels,
y, claro está, responsabiliza a Hamas, y justifica al Ejército israelí alegando
que 24 de los cuarenta fallecidos eran “terroristas con antecedentes
documentados”, imagino que incluye a la niña y al amputado doble que asesinaron
por acercarse a la valla con que tienen cercado al pueblo palestino como si
fuera ganado.
Y
el mundo calla porque eso no va con ellos, que diría Brecht, y se pone de
perfil como se ponía el pueblo alemán ante las canalladas de los nazis, y
seguimos nuestra marcha cotidiana, porque esa matanza no va con nosotros,
aunque luego temblamos y lloramos cuando media docena de fanáticos “yihadistas”
conduciendo furgones o camiones de la muerte, se meten en la Rambla de
Barcelona, en el Puente de Londres o en el Paseo de Niza, y se llevan por
delante a decenas de seres inocentes, porque eso sí va con nosotros.
Por
fortuna, y un poco por salvar la dignidad de Occidente, alguna que otra voz
autorizada –como la de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas
para los Derechos Humanos– se atreve a denunciar que Israel mata de una forma
que “parece indiscriminada”. Algo es algo, para salvar Sodoma. No cabe duda: el
precio que estamos pagando por el Holocausto nazi y por el hecho de que Estados
Unidos contribuyera a salvar a Europa del nazismo –junto con los tanques rusos–
me parece más que excesivo. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? Las bravuconadas de
Trump y del Estado de Israel y la larga cadena de crímenes de guerra,
invariablemente archivados, le van a salir muy caros al mundo. Pero aquí la
razón, como decía el viejo cowboy Ronald Reagan, siempre la tiene el más
fuerte.
Juan Bravo Castillo. Domingo, 20 de mayo de
2018
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