¿HACIA DÓNDE CAMINA EL MUNDO?


                 


            Después del impacto que el pasado junio tuvo el Brexit, ahora, de una forma más inesperada todavía, y rompiendo de igual forma el pronóstico de las encuestas, se produce en Estados Unidos la victoria del republicano Donald Trump frente a la demócrata Hillary Clinton, representante del establishment más rancio americano. Dos acontecimientos que tienen su raíz en el involucionismo que empezó a detectarse hará cosa de una década en el mundo anglosajón, producto de la añoranza de los viejos paraísos y de los nuevos miedos que atenazan a los dos continentes “ricos” –Europa y América del Norte –, frente a la África de las pateras, la vieja Asia –musulmanes y chinos– y el entorno hispanoamericano –en especial México, cuyo ritmo de crecimiento poblacional amenaza seriamente a su vecino del Norte.
            Y si el fenómeno tiene una cierta explicación en el caso británico, difícilmente lo podemos encontrar en los Estados Unidos, más allá de los miedos crónicos, sobre todo si tenemos en cuenta que es un país hecho de derrubios –un auténtico melting pot– que halla su misma grandeza precisamente en ese multiculturalismo enriquecedor.
            Pero tuvo que llegar la lamentable crisis de 2008, provocada por los mismos voraces tiburones de Wall Street, y tan perfectamente aprovechada por los multimillonarios de allí y de aquí para multiplicar sus ya cuantiosas fortunas a costa de las miserias de los desfavorecidos, para que surgieran los populismos y movimientos de extrema derecha, especialistas en decir al pueblo justo lo que quieren oír, prometiéndole, por lo demás, el “oro y el moro”.
            Dicen, y es muy posible que digan bien, que la señora Clinton se equivocó gravemente confiándolo todo al voto del miedo, en vez de tratar de granjearse el apoyo de una juventud que, en parte, le dio la espalda, con promesas como la subida del sueldo base o el acceso a la Universidad, que sí llevaba en su programa el otro candidato demócrata, Bernie Sanders. Eso posiblemente habría bastado. Pero fue por ahí precisamente por donde el histrión Trump le ganó la partida, como en su día hiciera Rajoy con Rubalcaba. Que por prometer no quede.
            Nunca un presidente –de los 44 anteriores– había alcanzado la Casa Blanca diciendo tal cúmulo de barbaridades y haciendo tal cantidad de quimérica promesas. Ni siquiera Hitler. Ahora, lógicamente, le ha faltado tiempo para echar un paso atrás; pero el problema, para él, claro está, es que una gran parte de los casi sesenta millones de sus votantes le van a exigir que inicie las deportaciones de los “sin papeles”, como ya se ha visto nada menos que en una escuela a grito pelado, que apresure las obras de construcción del muro en la frontera mejicana, que impida el paso a los musulmanes, que haga una América para los americanos, que aumente los aranceles a las importaciones provenientes de China y de México en un 45% y 35% respectivamente, que cancele los acuerdos del Cambio Climático de París, en una palabra, que inicie el aislacionismo feliz y el proteccionismo. Es lo que tiene dar rienda a las bajas pasiones.
            Por primera vez, por lo demás, y al tiempo que la inmensa mayoría de los presidentes, entre ellos nuestro Mariano Rajoy, se veían en la necesidad de envainársela y cambiar su discurso –cosa muy fácil para ellos–, felicitando a un señor del que hasta ayer echaban pestes, Estados Unidos aparece desgarrado con continuas olas de protesta en las grandes ciudades del país, con miles de jóvenes que no reconocen a Trump. El miedo está servido por más que nos quede la esperanza aquella de “perro ladrador…”
                                     Juan Bravo Castillo. Lunes, 14 de noviembre de 2016

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