¿PACTO DE PROGRESO?
Con el paso de los días, y por más
que Rajoy haya decidido postularse como presidente del Gobierno de España, sus
posibilidades, como muy bien se refleja en su rostro, parecen volatilizarse, y,
de no producirse un milagro, el tan temido para unos y ansiado para otros pacto
de izquierdas, parece configurarse más y más, con Pedro Sánchez al frente y
Podemos, I.U. y PNV, más el apoyo implícito de los independentistas catalanes.
Siempre se ha dicho que el odio une
más que el amor, y, en el caso que nos ocupa, la verdad de ese dicho se torna
más que palmaria. Rajoy no convence más que a los suyos –que no son pocos– y
cuanto más nos alejamos de Madrid y subimos hacia Euskadi y Cataluña, la
animadversión se generaliza. Hay incluso gente, según tengo entendido, que en
las elecciones catalanas votaron independentismo por rechazo al gallego.
¿Qué habré hecho yo para merecer
esto?, se preguntará sin duda Rajoy. Pero eso es fácil de contestar. Salga de
la Moncloa, haga un viajecito de incógnito por España y pregunte aquí y allá.
Por lo demás, ahí tiene la clasificación de Demoscopia donde, desde tiempos
inmemoriales, figura en la cola, incluso por debajo de personajes
manifiestamente antipáticos o repelentes.
Cabe la posibilidad, lejana me
parece, que, al final, el de Pontevedra, al ver su porvenir tan negro, se
resigne a ceder el liderazgo a alguno o alguna de sus fieles seguidoras, Cristina
Cifuentes, mujer de consenso, o incluso la propia vicepresidenta Soraya Sáenz
de Santamaría, etc. Aunque él bien sabe que, tal y como están las cosas, de
poco vale un cambio de imagen si no va acompañado de un conjunto de reformas
con que paliar el tremendo escándalo que supone el hecho de que, durante sus
años de mandato, tal como se ha hecho público esta semana, los ricos se hayan
enriquecido aún más a costa de los pobres, un auténtico bochorno al que hay que
poner fin. He ahí donde nos ha llevado la reforma laboral de la señora Báñez.
Al otro lado tenemos, como decíamos,
a Pedro intentando salir de su laberinto y tratando de aunar voluntades, que
bien sabe que puede granjearse, especialmente por la ya comentada aversión a
Rajoy e incluso al PP. Muy torpe sin embargo ha de ser para que, y por más que
le ciegue su pasión por el poder, no se haya planteado que si a su izquierda le
ayudan es porque han visto en él a un hombre dialogante y pactista, sí, pero
también maleable, manejable y pragmático, y a quien, como posiblemente ocurra
con los catalanes independentistas, con la excusa de la apertura del melón
constitucional, siempre se podrá terminar por llevarlo al huerto.
Gran cuestión ésta que a más de a
uno nos pone a cavilar, sobre todo habida cuenta de la gran inexperiencia
política de él y de los suyos –recién llegados y a quienes ha faltado tiempo
para quitarse de encima a sus antiguos jefes– ante los viejos y taimados
independentistas, cuyos movimientos, perfectamente milimetrados, propenden única
y exclusivamente a la secesión de España. Que haya ciudadanos en Cataluña y el
País Vasco dispuestos a valorar lo que una izquierda saludable, progresista e
inteligente podría hacer en España para frenar la deriva imparable del voto
hacia la independencia, sobre todo en Cataluña, sería muy de desear. Mas,
¿dónde está la sensatez en estos tiempos de manipulación y locura?
Juan Bravo Castillo.
Lunes, 25 de enero de 2016
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