INCERTIDUMBRE UNIVERSITARIA
El ministro Wert está empeñado en
que la Universidad española viva inmersa en la incertidumbre y así no es
posible trabajar. Aquella universidad que, con sus vicios y sus virtudes,
vivimos en nuestra juventud, es hoy un recuerdo idílico. Lo de hoy frisa en el
caos, y el desánimo se abate como un pedrisco sobre todos los estamentos.
No hay nada peor que no saber dónde
te encuentras y cuál es el suelo que pisas. Como aquel personaje de “El séptimo
sello” de Bergman que exclamaba: “¡Dios mío, permítenos saber quiénes somos,
dónde estamos y adónde vamos!”, la Universidad española avanza como buque a la
deriva sin la imprescindible estabilidad que es lo que hace que una institución
de esa índole avance, progrese y dé los tan necesarios frutos.
Hubo una época feliz en que, si bien
las Universidades españoles eran, como dice Ganivet en su “Idearium español”
nada menos que en 1895, edificios sin alma, que daban a lo sumo el saber,
aunque sin infundir el amor por el saber, la fuerza inicial que había de hacer
fecundo el estudio cuando la juventud quedara libre de tutela, al menos dejaban
claras las reglas del juego. Un alumno sabía con precisión lo que se le exigía
para licenciarse en Derecho, Filosofía y Letras, Medicina o Ingeniería. Cinco,
o seis, años, un extenso abanico de asignaturas que había que superar después
de pasar por un preuniversitario, un selectivo, etc.
Había carreras de tres años como la de
magisterio, que era evidente que no daban el nivel exigible para la tan
delicada tarea de educar niños. De ahí que fuéramos muchos los que pedíamos que
se convirtiera en una carrera como las demás, como se consiguió tras la implantación
del Plan Bolonia.
Bolonia supuso dos años de luchas
intestinas, adaptaciones, componendas, cambiar todo para que nada cambiara: en
suma, hacer encaje de bolillos. Para entonces, ya se había infiltrado hacía
unos años la palabra mágica “Master”, venida de allende el océano. Cuatro años
de “Grado” y uno de “Master”. Y, mientras tanto, seguía la degradación
universitaria, sin apenas recursos para investigar, llenando los departamentos
de profesores asociados peor que mal pagados, subiendo las matrículas a los
alumnos y dejando que el desánimo se filtrara por todos los poros de la
institución.
Y en esas estábamos cuando el
iluminado ministro Wert se sacaba de la manga, una vez más a destiempo, una
posible nueva Ley universitaria de convergencia con Europa: tres años de
“Grado” y dos de “Master”, lo que sin duda supondría un notable encarecimiento
de los estudios para el alumnado que paga aquí en España los masters a precio
de oro. Por fortuna, de momento, parece que se impone la cordura, imponiéndose
una moratoria de tres años, en vista del rechazo generalizado.
Pero la amenaza está ahí, como un
nublado en el horizonte. Tres años de “Grado” es de todo punto insuficiente
para dar una formación inicial de garantía en cualquier carrera que se precie,
pongamos por caso Filología inglesa. Una universidad ha de garantizar un mínimo
de eficacia de sus estudios de “Grado” para aquellos alumnos que no pretendan
o no quieran o no puedan pasar al
“Master”, y no cabe duda de que tres años son por completo insuficientes para
hacer un profesional. Por una vez al menos, los que rozamos la jubilación
respiramos tranquilos porque a los que se quedan no les arriendo la ganancia.
Juan
Bravo Castillo. Lunes, 9 de febrero de 2015
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