BLACK IS BLACK
El vergonzoso caso de las tarjetas
“black”, opacas al fisco, muestra hasta qué punto llegó la degeneración de las
clases privilegiadas en nuestro país, donde, durante años, delincuentes de
cuello blanco de toda procedencia han venido utilizando el dinero público para
su propio beneficio, demostrando la facilidad que algunos tienen para derrochar
el dinero de los demás.
Sabíamos de la inverecundia de tipos
como Díaz Ferrán o Bárcenas, pero que semejante plaga corra como la pólvora en
el Madrid de la jet, resultaba impensable. La mayoría de los consejeros de Caja
Madrid que han acudido esta pasada semana a declarar ante el juez de la
Audiencia Nacional Fernando Andreu, no sé si de común acuerdo o no, confesaron
que, si bien antes de 1996, el
secretario del Consejo de la entidad, Ángel Montero, les pedía que
fueran precavidos con el gasto –cosa de lo más natural–, desde el momento de la
entrada de Miguel Blesa en la Presidencia de la Caja, curiosamente cambió la
tónica, haciéndoles saber el nuevo secretario, Enrique de la Torre, en nombre
del Presidente, “que no se reprimieran en utilizar la tarjeta en lo que
quisieran con un límite anual y mensual”; llegando al punto de instar a los que
se mostraban remisos –como afirma el sindicalista de CCOO Pedro Bedia– a hacer
un más frecuente uso de la tarjeta. Y a fe que algunos, como Moral Santín –ex
dirigente de IU– lo hicieron, puesto que,
en su caso, entre el 2 de enero de 2003 y el 1 de enero de 2012, la utilizó en
692 ocasiones, haciendo uso de casi medio millón de euros.
La historia ya se conoce de sobra y
las vergüenzas de este colectivo se encargan de recordárselas, cuando se acercan
a declarar a la Audiencia Nacional, los pobres ahorradores a quienes arruinaron
literalmente estos malandrines sin el peor escrúpulo. Fueron, qué duda cabe,
días de vino y rosas las que estas tarjetas visa proporcionaron a estos
delincuentes de guante blanco, incluido el burdo presidente de la Patronal
Arturo Fernández –ese mismo fotografiado por el pequeño Nicolás en tan impropia
postura–, cuya declaración ante Andreu no tiene desperdicio.
No dar el debido escarmiento a esta
panda de desvergonzados de toda laya que utilizaban los ahorros de los humildes
para satisfacer sus más íntimos caprichos, sería una vergüenza más para una
Justicia en la que ya tan poco confiamos. Centrar el caso en Miguel Blesa –sin
duda el hombre más odiado y despreciado en España, junto al ínclito Bárcenas y
los Pujol– podría resultar excesivo, ya que casi todos se lucraron
descaradamente, sin que valga la pueril excusa de echarle la culpa
exclusivamente al de arriba, pero reconozco que existe un asombro generalizado
de ver a este siniestro personaje, símbolo del delincuente amigo de Poder, en
la calle, campando por sus respetos, igual igual que Rodrigo Rato, amante de
los buenos licores y la “dolce vita”.
Que a estos caballeros no haya juez
que los ponga entre rejas es un verdadero escándalo a nivel nacional, por más
que magistrados sutiles –ya se sabe que el Derecho puede mostrar una cosa y su
contraria– expliquen que “la naturaleza del delito y la gravedad de la pena no
constituyen por sí mismos elementos suficientes para imponer la cárcel
provisional y deben ponderarse con otros datos”. Pues nada, sigamos así: la
cárcel para los robagallinas, que decía el magistrado, y para Blesa y Rato, la
duda sistemática cartesiana. Al final, el juez Elpidio a las alturas…
Juan Bravo Castillo. Lunes 23 de
febrero de 2015
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