EL EVANGELIO DEL GENOCIDIO




           
       Han pasado setenta años y sigue candente el tema de la barbarie nazi. Durante décadas han corrido ríos de tinta sobre tan brutal genocidio. Ayer mismo, con motivo de los 70 años de la liberación, por parte del ejército ruso, de campo de exterminio de Auschwitz, de nuevo la prensa internacional volvía al tema sin que nada prácticamente nuevo viniera a añadirse a la lista de tópicos sobre el horror y el “nunca más”. 
            Sin embargo, mucho me temo que todavía hay mucho que desempolvar para llegar a la raíz de tan brutal carnicería. Es evidente que los historiadores, más allá de los factores externos, deberían estudiar, en lo que se refiere a esta barbarie, qué empuja a determinados hombres a hacer lo que hacen y especialmente por qué son capaces de cometer semejantes atrocidades. Ésa es una zona que, bajo mi humilde punto de vista, sigue estando en la sombra, y es que no es nada fácil adentrarse en las entrañas de la bestia.
        Hitler, que tan bien supo rodearse, encontró en Heinrich Himmler –ministro del Interior del Reich, jefe de la Gestapo y de las SS– la pieza clave para llevar a cabo aquella purga grandiosa valiéndose de unos argumentos brutales pero puramente darwinianos, por más que, como su jefe, partiera de la filosofía nietzscheana del superhombre, aunque malinterpretada por Hitler. Para Himmler, desde que existe el hombre sobre la tierra, la lucha entre razas humanas y razas “subhumanas” ha sido la norma histórica. Y, en ese punto, arios y judíos desde el principio de los tiempos quedaron emparejados como arquetipos enfrentados en una suerte de batalla cósmica.
          A medida que los triunfos nazis se hacían evidentes, los jerarcas hitlerianos, considerándose ya dueños del mundo, en su delirio vieron la posibilidad, inaudita para nuestra mentalidad de hombres cabales, de acabar con los nueve millones de judíos quedados bajo su control, antes de lanzarse a la conquista del mundo. Su pensamiento, plasmado en una especie de evangelio nazi, era nítido: se trataba de hacer creer a sus adeptos que estaban salvando a la especie humana eliminando a los pueblos que impedían su evolución; un concepto absolutamente siniestro y no hay más que observar el progreso de la guerra para observar la tenacidad y la falta absoluta de escrúpulos con las que asumieron su misión. Los evangelios nazis sirvieron de acicate y como forma de justificación del derramamiento de sangre. Si de verdad creías en esta ideología, los campos de exterminio, con todos sus horrores, no te ocasionaban ningún problema.
       Estos evangelios arios teóricamente se difuminaron con la muerte de Hitler y de su secuaz jefe de las SS, pero son esenciales para entender lo que ocurrió en Alemania entre 1933 y 1945. Las ideas tienen consecuencias, y aunque nos parezcan extravagantes, delirantes, viles, estúpidas o descabelladas, hay que prestarles atención porque la gente a menudo cree en lo increíble. El poder del mal y de las ideas irracionales, y la forma en que éstas pueden utilizarse para intentar justificar unos crímenes atroces son testimonios imperecederos de aquellos evangelios, desechados únicamente por el pueblo alemán tras la vergüenza de Nuremberg y la destrucción de Alemania. Hasta entonces eran demasiados los que habían mirado hacia otra parte mientras cientos de miles de asesinos se dejaban llevar por el perverso sueño nazi.

          Lunes, 2 de febrero de 2015.     Juan Bravo Castillo.

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