ADIÓS, MOURIÑO, ADIÓS.
Llegó con vitola de triunfador hace
tres años a un Real Madrid con serios problemas de identidad. Dispuso de dinero
en cantidades industriales. Le sobraban clase y sapiencia futbolística, pero la
vanidad lo ha matado; bueno, la vanidad, el engreimiento y el creerse un dios,
cuando simplemente era eso, un entrenador de fútbol, nada más. La faltó
relativismo y le faltó humildad, algo de lo que desgraciadamente el mundo está
cada vez más desprovisto.
Es triste salir del Real Madrid como
sale Mouriño, con el rabo entre las piernas y la sombra del fracaso en el alma;
y también duro para un ganador nato como es él. Pero está claro que, pese a su
paso por el Barcelona en los inicios de su carrera, José Mouriño no tenía ni
idea del grado de encanallamiento que ha alcanzado el deporte del balompié en
este país, ya prácticamente escindido. No; José Mouriño no tenía idea ni de
donde se metía, ni del alto grado de maldad en todos los sentidos que ha
alcanzado un amplísimo sector de la prensa deportiva, que, como las hienas,
busca a diario carroña para servirla puntualmente a sus fieles.
Mouriño,
efectivamente, ignoraba que el equipo al que venía, que no duda en
autodenominarse el número uno del mundo, era, en realidad un club pésimamente
gestionado, con un presidente pusilánime y gafado que lo único que tiene es
dinero y capacidad para generarlo, pero cuya trayectoria es un rosario de fracasos
como pocas veces se vio en el fútbol español; un club que no sólo echó de su
propia casa al mejor entrenador español de la historia, Vicente del Bosque,
sino que también permitió que un madridista de corazón, jugador ejemplar y alma
del equipo, Raúl González, saliera por la puerta de atrás, sin rendirle el
imprescindible homenaje. Y eso por no hablar de los sucesivos desastres que
hicieron de un equipo ganador –tres copas de Europa en cinco años– una sombra
de sí mismo, permitiendo que jugadores como Eto´o, jugador del Real Madrid, o
Ronaldinho, por no hablar de nuestro paisano Iniesta, recalaran en el Camp Nou,
sumiendo al equipo blanco en una crisis continua.
La
multinacional en que Florentino ha convertido el Real Madrid es una fábrica sin
alma; y eso es precisamente lo que no supo ver el portugués, tan carente de
psicología como de humildad. ¿De qué le puede servir a un individuo ser número
uno en su profesión si luego le falla lo esencial? Basta entender un poco de
fútbol para darse cuenta de que este año, con un poco de mano izquierda y un
mucho de comprensión y savoir faire,
Mouriño podría haber estado en Wembley frente al Bayern de Munich en la final
de la Champions y haber sido campeón de la Copa del Rey.
Pero lo que hemos visto, en cambio, es el
espectáculo vergonzoso y vergonzante de unos jugadores ya curtidos, veteranos,
hinchados de millones, enfrentados a este personaje de rostro eternamente
cabreado, irritado, altivo y distante. ¿Cómo se puede permitir que profesionales
enriquecidos hasta límites inverosímiles actúen como niños de patio de colegio,
haciendo de un gran club como el Real Madrid un patio de Monipodio? Que se lo
expliquen a la afición.
Ahora,
una vez más se produce la desbandada –ese triste espectáculo al que venimos
asistiendo desde que se ganó la novena copa de Europa–, vendiendo a precio de
saldo y comprando a precio de oro. La única esperanza es que por fin aterrice
en Barajas una persona sabia y razonable que, además de ser buen entrenador,
tenga capacidad para controlar tanto ego revuelto, con la ayuda de Zinedine
Zidane.
Juan Bravo Castillo. Domingo, 26 de mayo de
2013
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