ZOZOBRA


                               
  
            Nunca unas elecciones parlamentarias en Grecia habían despertado un estado de incertidumbre tan grande como las que en este momento se celebran en aquel país. Europa entera y gran parte del mundo anda pendiente de los resultados helenos, como si en ello les fuera la vida. Uno que, por más que escucha debates múltiples sobre economía, sigue siendo lego en la materia, no puede comprender cómo es posible que un país, que representa tan sólo el 3% de la Unión Europea, lleve tan absolutamente de cráneo al concierto europeo, arrastrando a los países de sur como cuando coges una cereza.
            En su ignorancia uno empieza a imaginar la política establecida por los grandes mercaderes como un enorme tobogán que, en cuanto te descuidas, te arrastra, y es evidente que, por mucho que saque pecho Rajoy, nosotros somos ya claramente víctimas de dicho suplicio. Nuestro entusiasmo inicial con el euro ha devenido en una auténtica tortura. La opinión general es que hemos caído en una trampa saducea. La pérdida del poder adquisitivo en que nos vimos envueltos en 2001, con el consabido “redondeo”, no ha hecho más que incrementarse, y es evidente que semejante proceso no acabará hasta que los señores de negro reduzcan nuestra riqueza –incluidos salarios, pensiones, etc. – hasta el 66% de lo que fuera.
            Hemos caído en la trampa por falta de cerebros ilustrados entre los mandatarios de ambos lados del espectro político encargado de gobernar este desdichado país. Nadie, y aún menos los políticos, fue capaz de ver que habíamos caído en manos de los nuevos especuladores, que las reglas económicas habían cambiado, que los países ricos se iban a subir definitivamente en la chepa de los pobres, y que el sur iba a quedar supeditado al norte. Todo, como en un tsunami, se lo está llevando esta marejada, trozo a trozo, hasta que, en breve, el Estado de bienestar, que tanto costó levantar, quede irreconocible, y la clase media, incapaz de resistir estos embates, termine subsumida por abajo.
            No nos dimos cuenta de que jamás podríamos competir con Alemania y sus satélites, acostumbrados a hacer de la vida una rutina calvinista y productora, amén de contar con una maquinaria bien engrasada de la que nosotros carecíamos. Desde Bruselas se nos decía: “Consumid”. Desde la Banca se nos decía: “Consumid”. Desde la clase política nos repetían: “Consumid. ¡Qué importa que el gato sea blanco o negro, lo esencial es que cace ratones!”. Lo importante, efectivamente, era cazar ratones, engordar la buchaca. Fuimos como la pobre Emma Bovary en manos del usurero Lheureux (el feliz), hasta que un aciago día se nos dijo que había llegado la hora de pagar. Entonces volvimos la cabeza y vimos el enorme despilfarro, el horror de la burbuja inmobiliaria que, como una bomba atómica, entre todos habíamos originado. Habíamos caído en la trampa como conejos. La sonrisa amable de Merkel de repente se tornó agria y gélida como la noche.
            Ahora los responsables de aquella astracanada han desaparecido con el fruto de sus rapiñas a buen recaudo, bien ocultos en el fondo de sus madrigueras, temerosos de la justa ira del pueblo. Y aquí estamos esperando que la votación de los griegos nos sea propicia y el acoso de los mercaderes se modere, único modo de evitar lo inevitable, o sea, una intervención pura y dura, tal y como la tienen preparada desde hace meses los que diseñaron este satánico plan para hundir el euro, y de paso a Europa, incapaz de dar el paso hacia una verdadera unión política y cultural. Se recoge de lo que se siembra.
                                                      Domingo, 17 de junio de 2012
                

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