POBREZA E INFANCIA
No sé si el estado de bienestar se está cuarteando, o si amenaza ruina; mas
de lo que no cabe la menor duda es que las cifras de pobreza –números cantan–
crecen alarmantemente, con datos abrumadores. Las luces de alarma se han
encendido y la última cifra hecha pública por la directora ejecutiva de UNICEF,
Paloma Escudero, provoca escalofríos. Ya sabíamos que las víctimas por
excelencia de este drama que estamos viviendo eran los ancianos y los parados
de larga duración. Cosa dolorosa. Pero, más aún, el dato recién anunciado por
la señora Escudero de los 4,2 millones de niños que ya están en el umbral de la
pobreza en España.
Esto significa un retorno a los años de la posguerra –hay que ver el poco
tiempo que exige destruir lo que tantos años se tardó en levantar–, con la
particularidad de que, en aquellos durísimos años, la economía rural al menos
permitía granjearse, mal que bien, un mendrugo de pan, un trozo de sandía o
cualquier manzana. Hoy, en cambio, la economía urbana torna mucho más terribles
este tipo de situaciones. Es como vivir solo y desamparado en medio de una
multitud. La soledad, en medio del gentío, puede llegar a resultar
insoportable.
De nada sirve echarse mutuamente la culpa los populares a los socialistas y
viceversa. La realidad está ahí, obstinada y terca, como una llaga abierta
para vergüenza de todos los que vivimos con el riñón bien cubierto. El
país que, para Zapatero, estaba, de pleno derecho, en la “Champions League”, en
sólo tres años, amenaza con jugar la promoción de ascenso a segunda división.
Por eso uno se espanta cada vez que oye decir a un señor bien trajeado y
encorbatado que las ideologías ya no existen, que han desaparecido, que lo
mismo da la derecha que la izquierda; porque, de ser así, qué esperanza podría
caber para los más débiles, que es por donde, invariablemente, se rompe la
cuerda. Niños y ancianos condenados a volver a épocas que siempre consideramos
superadas. Izquierda y derecha haciendo oídos sordos a esa desdicha. No.
Indudablemente no podemos resignarnos a que un tercio de la población española
tenga que vivir de la caridad de las almas generosas y de los que creen que así
calman sus turbias conciencias.
Más allá de las ideologías, reconozcámoslo, esto es el resultado del egoísmo
brutal que se ha adueñado de la ciudadanía como consecuencia de la guerra
económica que, cual guadaña, se ha desencadenado sobre la vieja Europa, tan
falta de dirigentes de prestigio. Políticos mediocres y timoratos como los que
se apresuran a posar en las cumbres de Bruselas son responsables en grado
máximo de que una dama como Angela Merkel nos lleve a todos a la baqueta, sin
que nadie mueva un dedo para poner coto a la debacle a la que estamos
asistiendo con el único fin de que los ahorradores alemanes y la banca
franco-germana duerman tranquilos. A ese precio, como decía Voltaire mostrando
el cuerpo mutilado de un esclavo negro, se obtiene azúcar barato en Europa.
Es evidente que estos niños no morirán, salvo excepciones, porque, entre otras
cosas, el statu quo aprieta y aprieta, pero siempre dejando que se atisbe un
lejano rayo de sol para evitar la catástrofe y los remordimientos. Tal es la
técnica de estos cobardes que rigen el mundo actualmente. Al esclavo se le debe
dar lo justo para sobrevivir. El problema, aquí, es que esos niños, cuya cifra
irá a este paso en aumento, terminarán siendo carne de cañón y posibles
delincuentes. Un círculo vicioso infernal, como el que vemos en Rumanía o
Bulgaria, países dejados de la mano de Dios.
Una lacra como ésta sólo puede combatirse remangándose y actuando. Un país como
España no se merece esta desidia cuando ya creíamos haber salido del túnel de la Historia. Todos
somos responsables.
Juan Bravo Castillo, 27 de mayo de 2012
Comentarios
Publicar un comentario