¿ES ÉSE EL CAMINO?


                                         


            La situación actual de la Universidad Regional es francamente desmoralizadora. En sólo unos meses hemos caída en barrena y, las noticias, que nos llegan con cuentagotas, no hacen más que empeorar una situación ya de por sí viciada. Como si de la gota malaya se tratara, el efecto producido por semejante política es el de un estado de ansiedad generalizado, por no decir de terror sin paliativos. La rumorología –lanzada por no se sabe bien quién y con qué aviesos fines– causa estragos a diario, produciendo un estado lamentable de inestabilidad e inseguridad que se hace sentir en todos los estamentos. Trabajar de ese modo sin saber lo que, a espaldas del claustro soberano, se prepara, es una especie de tortura por la esperanza, que decía Edgar Poe.
            El Vicerrectorado de Investigación, pieza clave en la estructura universitaria, se ha convertido de la noche a la mañana en un cementerio, donde, sin un euro que repartir entre los investigadores, ha dejado de tener sentido en sí, ni los funcionarios, ni el propio vicerrector, consumido de ver el triste papel que se ve obligado a representar. Cercenar de raíz la investigación, aunque sea momentáneamente, supone un durísimo correctivo para la institución, puesto que, sin ella, pierde su brazo fundamental.
            Pero si todo esto de por sí es grave, lo más terrible es la situación de los becarios, ayudantes y profesores asociados, esa parte tierna y endeble, pero básica en el tejido universitario, ya que conforma su propio futuro. Jóvenes, en su mayoría provistos de excelentes credenciales –muchos de ellos antiguos alumnos de los que se nutren los departamentos–, gentes ilusionadas que iniciaron su carrera universitaria hace dos, tres, cuatro o más años, y que lo han sacrificado todo a su porvenir dejándose la piel en sus tesis doctorales, publicando aquí y allá, impartiendo docencia con el entusiasmo propio de sus años mozos, ven ahora cómo la espada de Damocles se ciñe ominosa sobre sus cabezas, y ya se ven, en su mayoría, en la calle sin remisión. Lo suyo, tal y como los catedráticos y titulares lo vivimos a diario, es una situación agónica y esencialmente injusta, puesto que, en modo alguno, ellos son culpables de los desaguisados organizados por los políticos derrochadores que han llevado a nuestro país a este estado agónico.
            Prescindir de esos cuerpos docentes, aparte de constituir un golpe irreversible para ellos, es, para nuestra joven Universidad Regional, creada con tantísimo sacrificio y con no menos entusiasmo –véanse, si no, los logros cosechados en menos de veinticinco años– un zarpazo del que tardará años en recobrarse. Estamos hablando de una generación perdida, frustrada, y quienes propician esta política, por excusas que aduzcan, demuestran no conocer en absoluto el mecanismo de una universidad. Lo que sea de estos jóvenes, si se consuma la tragedia, dejará huella indeleble. Dos caminos les quedarán: intentar entrar en otra universidad, que se aprovechará de la savia nueva de la nuestra, o coger la maleta y emigrar al extranjero.
            No tenemos derecho a hacer lo que se está haciendo. Pero, al menos, lo que deberíamos exigir a la Presidenta regional o al Consejero de Educación y Cultura, es una pronta respuesta a todos los interrogantes planteados. Trabajar en el estado en que lo estamos haciendo este curso es algo inhumano que se está dejando notar en la práctica totalidad del estamento docente. Vivir bajo el volcán viendo cómo se desmorona a pedazos una obra de un cuarto de siglo de existencia, no tiene calificativo y demuestra un altísimo grado de insensibilidad. ¿Es ésa la solución? Nos preguntamos. ¿Para qué el ingenio? ¿Para qué la inteligencia? ¿Para qué la sagacidad? ¿En manos de quién está nuestro futuro? Para esta clase de política no se precisan muchas alforjas.

                                Juan Bravo Castillo. Domingo, 6 de mayo de 2012 


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