LAS CUENTAS DE “EL CHICLE”
Sabíamos
que el asesino confeso de Diana Quer era un bocazas, pero no esperábamos que su
inverecundia alcanzara tales cotas. Como acabamos de ver, ha esperado a que
trascendiera que la autopsia de su víctima no podrá determinar si la joven fue
agredida sexualmente por su asesino, para mostrarse exultante en una misiva que
el pasado día 10 se hacía pública y en la que no sólo involucra en el crimen a
su esposa, asegurando, por despecho, que se encontraba con él la noche del
suceso, sino que, haciendo las cuentas del gran capitán, pide a sus padres que
estén tranquilos porque su abogada la ha asegurado que la condena contra él va
a ser sólo por homicidio y que, en apenas siete años, estará fuera.
El
energúmeno, en efecto, en vez de pedir perdón y arder en deseos de reinsertarse
mostrando su sentido arrepentimiento, intentando de ese modo granjearse la
compasión de sus jueces, muestra a los cuatro vientos su catadura moral, que es
la de la inmensa mayoría de estos personajes dañinos para quienes el presidio
es pura y simple cuestión de números: “Por un homicidio –les sigue explicando a
sus padres–, siempre según su abogada –menuda abogada–, le pueden caer entre 10
y 15 años, pero, eso sí, a los siete ya estaría fuera y, con tres o cuatro, de
permiso”. Vamos, una ganga, que es en lo que realmente se ha convertido la
cárcel en nuestro país.
Oyéndolo
soltar el trapo, José Enrique Albuín me recuerda poderosamente al pollo Deume
de la novela “Bella del Señor”, que, como funcionario de la Sociedad de
Naciones, se pasa la vida, durante su jornada laboral, calculando los días que
no trabajará al cabo del año, descontando, sucesivamente, los sábados y
domingos, luego los demás festivos, los de vacaciones, los que piensa tomarse
por enfermedad, los de viajes por motivos familiares, los oficiales, hasta que,
al final, se da cuenta, todo alborozado, que es el organismo el que le debe
días a él.
Creo,
sinceramente, que la carta de este bocazas es una pieza de convicción que puede
resultar de una gran ayuda a los que, como el padre de la propia Diana, el
padre de Mari Luz Cortés, el de Marta del Castillo, y el de tantas víctimas inocentes,
luchan por que no se derogue la prisión
permanente en determinados supuestos. Que la cárcel ha de servir para que los
malhechores tomen conciencia del alcance de su daño y, ya reinsertados, salgan
a la calle convertidos en seres sociales, es una utopía que muy rara vez se
cumple.
Ejemplos
como el del asesino de Diana Quer, envalentonado al ver que los jueces
únicamente podrán acusarlo de “simple” homicidio, luego de asesinar vilmente y
mantener, recordémoslo, año y medio a su víctima metida en un pozo; o el de la
portorriqueña Ana Julia Quezada, estrangulando al pequeño Gabriel Cruz, y
actuando con una más que diabólica frialdad durante trece días de infierno para
los padres de la criatura, demuestran que existe el mal absoluto.
Ya
está bien de que determinados partidos políticos, por el simple hecho de ser de
izquierdas, pongan reparos a la hora de imponer penas ejemplares a estas
alimañas que, en pleno uso de sus facultades mentales, cometen atrocidades como
las que venimos viendo estos últimos tiempos, y que, para colmo, tienen la
osadía de ponerse un cachet a la hora de hacer declaraciones a la prensa
sensacionalista. “Menos de 10.000 euros nada, eso mínimo”, le dice “El chicle” al
periodista que se ha puesto en contacto con él para hacerle una entrevista en
la cárcel. Mal camino llevamos.
Juan
Bravo Castillo. Domingo, 18 de marzo de 2018

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