LA PACIENCIA TIENE UN LÍMITE


            
                     
            Basta tener un poco de perspicacia para darse cuenta de que algo está fallando desde principios de 2000 en la sociedad europea, encallada en los valores de antaño e incapaz de ponerse al día. Algo se mueve y el que no esté dispuesto a verlo corre serio peligro de convertirse en estatua de sal. La historia avanza por empellones y éste al que estamos asistiendo tiene todas las trazas de llevarse por delante muchas cosas a las que la Humanidad estaba habituada por pura inercia.
            Y, como es natural, los políticos de la vieja escuela, preocupados simplemente por cuadrar sus cuentas, están siendo las primeras víctimas propiciatorias de la debacle inminente. Lo venimos viendo en Alemania, lo acabamos de ver en Italia, como lo vimos en su día en España, donde vivimos un continuo parcheo por parte de dirigentes políticos que se empecinan en que estamos en el mejor de los mundos posibles. Y todo ello pese a que, en seis años, han perdido a casi el cincuenta por ciento de su electorado.
            Hace unos días comentaba, aludiendo a las pensiones de los jubilados, ese eminente contertulio que es Antonio Papell, que en este asunto lo primero que hay que hacer es saber lo que se necesita para mantener el sistema y, a continuación, allegar los recursos, sacarlos de donde sea, en vez de limitarse al lamento cotidiano de los que se ponen la venda antes que la herida y se limitan a decir que el sistema va a quebrar por falta de recursos, porque hacen falta tres trabajadores para sostener una pensión y demás zarandajas. Hay cosas impepinables, como tener una excelente sanidad, un excelente sistema educativo, un trato digno y aun generoso con los que durante años han mantenido este país, y recursos para los impedidos. Que todo eso se resuelve creando puestos de trabajo es cierto, sobre todo puestos de trabajo “dignos”, pero también, no lo olvidemos, ajustándole las clavijas a quienes han sido y siguen siendo los grandes beneficiados del sistema capitalista, incluso en los durísimos años de la crisis; esos que, en agradecimiento a la sociedad que les ha permitido cometer toda clase de atropellos, se han llevado parte de sus capitales a los paraísos fiscales.
            Esto, que muchos bien podrán tildar de demagogia, es la amarga verdad de este país llamado España, que durante décadas se viene manteniendo de las nóminas de los que mensualmente pasan por caja, y de los impuestos indirectos.
            Pero hete aquí que la paciencia del personal tiene un límite. Incapaz o imposibilitado para hacer otra cosa, el Partido Popular de Rajoy se ha limitado a mostrarse duro e inclemente con los débiles, y generoso y complaciente con los fuertes; y ahora se extraña de que colectivos sumisos y acostumbrados al “ora et labora” cotidiano, se le hayan rebelado y le griten indignados que “ya basta”.
            Si la rebelión de los jubilados ha sido un aldabonazo sin contemplaciones a la falta de sensibilidad de quienes nos gobiernan; la rebelión de las mujeres exigiendo algo tan elemental como la igualdad de derechos y obligaciones con los hombres es algo que demuestra el grado de madurez que ha alcanzado nuestra sociedad, que ha pasado del estado de inocencia virginal al de la toma de conciencia de la injusticia consagrada que hay que erradicar de una puñetera vez. Queda ya lejos el canto del “lebrijano” que denunciaba que  bastaba con dos palabritas finas para acallar al personal. No, señor Rajoy, abra bien los ojos y cambie de muleta si no quiere que el tarro de las esencias termine hecho añicos. Urge, y de qué modo, acabar con el estado de miseria permanente de más de un cuarenta por ciento de la población. De lo contrario, aténgase a las consecuencias. Y eso va también para la Europa de los mercaderes.

                      Juan Bravo Castillo. Domingo, 11 de marzo de 2018     

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