LA HORA DE LOS BUITRES
A
día de hoy se ve venir: ha llegado la hora de los buitres. Con el irresistible
ascenso de Ciudadanos y la caída irrefrenable del Partido Popular, se produce
de nuevo el toque a rebato para los cientos y cientos de oportunistas que ven
en la política una manera de medrar.
Ocurrió
en 1977 con la UCD. Ocurrió en 1982 con el PSOE. Ocurrió con el PP de Aznar.
Volvió a ocurrir con Podemos, hasta que Iglesias y su compañera Irene Montero
se hicieron con las riendas del partido. Y ahora le va a ocurrir; le está
ocurriendo a Ciudadanos. Es la hora de “tornarse naranja”. Los padres avispados
le dicen a sus hijos: “Ahí tienes tu oportunidad; engánchate a ese tren que
viene a su hora”. La misma tentación para la legión de licenciados en Derecho,
Políticas y demás carreras sin salida. Idéntico pensamiento para muchos que ven
en la política la entrada que lleva a las minas del rey Salomón. Los ansiosos,
como Zaplana, por forrarse.
Es
la hora de seguir a Rivera y los suyos. Para ello, resulta esencial el porte,
el perfil –sobre todo en las chicas–; vestimenta acorde con los tiempos, perfil
adecuado de niño bien, ambicioso, no excesivamente progre, una cosa bien; la
ideología es lo de menos. Ni demasiado, ni demasiado poco, como ocurriera con
UCD, tal es la esencia del centrismo.
A
medida que suba en las encuestas –siempre contando con que Rajoy se empecine en
seguir en la poltrona y no tome conciencia de que su tiempo ha pasado–, la
avalancha de candidatos a ocupar cargos en el partido de Rivera se irá
incrementando hasta límites imprevistos. Y es que esa propensión a apostar a
caballo ganador es muy propia del ser humano, y la necesidad, reconozcámoslo,
es mucha. No hay más que ver a los miles y miles de jóvenes y menos jóvenes que
a diario se presentan a oposiciones de toda índole. El calvario en que se ha
convertido la vida para una juventud que trata de todas las formas posibles de
sacar cabeza.
Y
reconozcámoslo: la política es la eterna tentación del vividor. Para ser
alcalde, concejal o director general de esto o de lo otro, únicamente se exige
ser bípedo y saber hablar. Inaudito pero cierto. Hasta para ser conserje,
barrendero municipal, o vigilante, se exige cada vez más: geografía, pruebas
psicotécnicas e incluso saberse la Constitución. Sólo los cargos políticos no
pasan oposiciones. Lo único que tienen que hacer es mostrarse sumisos y
complacientes con el jefe, y éste se encarga de prepararles el porvenir. Todo
antes que pasarse dos años preparando unas oposiciones cuyo éxito nadie me
garantiza.
Uno
que, con los años, se ha vuelto excesivamente crítico, cuando no escéptico, e
incluso un tanto nihilista, aunque paciente, sigue esperando que alguna
institución, mínimamente fiable, haga una encuesta que muestre a la claras el
porcentaje de políticos con ideología y ansias de servicio en los distintos
partidos del arco parlamentario. Los políticos que entran en la política para
servir, que no para servirse. Por no hablar de los que se han afiliado a un
partido con el objetivo concreto de obtener un cargo.
Por
eso, y pese a la inexorabilidad de las leyes a que está sometido el género
humano, uno se atrevería a aconsejar a este partido, emergente a base de casta
e ilusión, que se anduviera con cuidado con la caterva de nuevos militantes que
andan al acecho, que tuvieran mucho ojo a la hora de dar cancha a los nuevos
aspirantes, para así evitar que se repitiera la historia interminable, el ciclo
del eterno retorno, de los que han hecho de la política un cenagal de
corrupción.
Juan Bravo Castillo.
Domingo, 18 de febrero de 2018
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